Gente rara, somos, lo acepto y lo disfruto: justo de eso se trata este paraíso.
Cada quien nos pone nombres diferentes, hay quienes dice que los iluminados, los despiertos o los conscientes.
Ningún nombre es oficial, pero es el que usamos para referirnos entre nosotros a los demás con los que compartimos cuestionamientos profundos por entender esta vida, buscando respuestas más allá de lo que los sentidos nos transmiten, intentando usar la razón y la emoción para alcanzar niveles que van más allá de nuestro entendimiento.
Ese es el grupo de personas del que quiero hablar hoy, de un paraíso que nutre alma más que a cualquier otra dimensión del ser humano.
No es que haya un día definido, ni horario establecido para detonar la conversación, claramente tampoco existe un lugar. Cualquier evento es una excusa perfecta para que a reunión se dé.
Suele ocurrir a deshoras, cuando ya se desobedece la agenda del sueño y puede durar hasta tempranas horas, en la madrugada, aunque sea a mediados de semana.
El lugar puede ser totalmente cotidiano:
Desde una cocina, un comedor en total silencio en medio de la noche, un jardín en el patio trasero o un reducido balcón con vista a la calle o lo alto de una escalera llegando a un último piso de un edificio de departamentos, desde donde se pueden ver la luna y las estrellas con detalle, con suerte, puede ocurrir también medio de en un arroyo por el que fluye el agua o en una fogata en medio del bosque.
Hasta en la carretera, en medio de un viaje sin un destino claro, o en un café en el centro de cualquier ciudad, en un ambiente cálido y de libros.
Una vez dadas estas condiciones, la conversación empieza. No con vanidades ni superficialidades.
En cuestión de segundos, alguien pone sobre la mesa de discusión alguna idea que se le vino a la idea en la semana, o empieza a discutir sobre algún dilema filosófico que lleva un tiempo analizando.
No se critica ni se interrumpe a quien habla, a pesar de que en la mente de todos los interlocutores nacen ideas conforme se escucha a quien expone sus pensamientos, tampoco se juzga ni se critica, se busca comprender la idea para poder interpretarla desde otro punto de vista, complementando el razonamiento original de quien inició el diálogo.
Claramente se puede responder dando la contraria, pero se fundamentan los motivos y se estructuran los elementos para llegar a esas conclusiones.
Conforme la discusión se alarga, se hilan pensamientos cada vez más abstractos, que llegan a desenlaces tan variados como uno pueda imaginar.
En medio de esta discusión, no se buscan comparar inteligencias, ni llegar transformar una opinión en realidad para imponerla a los demás.
La riqueza de estas reuniones consiste en absorber la riqueza de las diferentes perspectivas presentes.
Así van pasando las horas, y se habla del universo, de la muerte, la interpretación del arte, de nuevos hallazgos científicos, del amor, eventos históricos y la religión.
Y justo en este último punto es en el que quiero profundizar.
Porque las conversaciones no se limitan a la tristeza materialista de los falsos ilustrados de los siglos XVIII y XIX.
Porque se comprende que este mundo va más allá de los límites de la razón, los sentidos o las emociones, y que la trascendencia del alma es lo único que pude dar respuesta a las preguntas que nos mantienen despiertos durante las noches.
Con emoción se integran postulados de la fé, que coinciden con descubrimientos de la ciencia, e ideas expresadas a través del arte, siendo esta alineación la que nos permite tener una comprensión más completa de la realidad que nos rodea, siendo conscientes de que apenas empezamos a entender una mínima porción de la misma.
Fue así como llegamos a la conclusión del alma usando matemáticas, acampando en una playa virgen, una noche lluviosa de luna llena en la que las tortugas se acercaban a desovar a la playa, escuchando cómo las olas reventaban en la costa y regresaban al mar acariciando la arena, bajo el tamborileo de las gotas que caían del cielo.
Lo mismo ocurrió cuando pasamos una noche en una banca en la rivera de un lago comparando la paradoja de Teseo con nuestro crecimiento, o en lo alto de un cerro, observando cómo la ciudad en la que vivía cabía en la palma de mi mano, donde en una pequeña pausa del ejercicio y la emoción de recorrer una nueva ruta alguien decía que el “Carpe Diem” era una interpretación errónea de vivir con intensidad el hoy, y que a su juicio, se veía aprovechar todo el presente no porque no tuviéramos seguro el futuro, al contrario, había qué sacar todo el jugo de lo que vivimos en el momento porque queremos vivir un futuro, y este solo podrá ser mejor si lo damos todo en el instante que estamos viviendo.
Así también nos amanecimos en la azotea de una cabaña en medio de la sierra jalisciense, inmersos en las estrellas del cielo nocturno, dándonos cuenta de que somos diminutos en medio de la infinidad del Universo.
De la misma forma, pasamos más de tres horas en un diminuto, pero sorprendente museo en Morelia, diciendo todo lo que se nos venía a la mente mientras observábamos las exposiciones de historia, arte y religión.
Quien verdaderamente forma parte de este grupo, no requiere de sustancias, naturales ni sintéticas, el alcohol se requiere en cantidades muy bajas, únicamente para relajar el cuerpo después de un día o una semana pesados, más no para “aflojar” la lengua, porque eso solo contaminaría el diálogo de ideas poco claras.
Muchas veces, es incluso mejor acompañar estas pláticas de café, o de algún té que calmen al cuerpo, y que ayuden a la mente a concentrarse, para expresarse y entender mejor.
El hecho de que los despiertos nos identifiquemos con facilidad, no nos hace los más sociables, porque sabemos que hay impostores, y porque hablar con esa profundidad de confianza, para entender al otro y darse a entender, no es fácil.
Y es que también existen falsos iluminados que aún no han descubierto de qué se tratan estas conversaciones, me atrevo a incluir aquí a los ateos que se cierran a la posibilidad de un Dios, a los bohemios que usan el arte como excusa para excederse en la bebida, quienes consumen drogas insistiendo en que hay peores y que no son como los demás, aquellos que buscan forzosamente lograr que todas las ideas sean conciliadoras, o falsos gurús de vida que prometen dinero y éxito a través de un falso optimismo.
Pero una vez que encontramos con quien tener estas conversaciones, podemos salir de la fiesta para dialogar en el jardín, el patio o la calle, lejos de la música y el ajetreo, adentrándonos en temas complejos y hasta conflictivos, como si conociéramos a la otra persona de toda la vida, o nos damos cita en un momento más tranquilo, donde sin la necesidad de música podamos entrar en la trama de los temas más complejos que se nos vengan a la mente.
Este paraíso consiste en mantenerse abierto a las posibilidades, en saber escuchar e interpretar la realidad y en poder ver más allá de lo material.
Te invita a aprender a escuchar el silencio y a encontrar patrones en el canto de las chicharras, las olas del mar o el canto de las aves. A razonar la forma en que razonas.
Lleva a sentarse a contemplar el cambio de las estaciones y la evolución del mundo.
Involucra ver las cosas desde ángulos diferentes, descubrieron siempre algo nuevo e integrarlo con gusto a tu lista de conocimientos, evitando el pensamiento de que se conoce todo y en acumular sabiduría gracias a las experiencias, errores y consejos de los demás, para después, transmitirla a otros.
Es en definitiva un grupo único de gente, con el que se puede tener una plática larga, franca y cargada de significados.
© José María Rincón Burboa