No hay método más efectivo para viajar en el tiempo, para recordar un momento exacto, sentir una emoción olvidada o acordarse de alguien.
Podrán tener letra, o no. Pueden ser lineales o muy compleja.
El ritmo puede variar entre diversas velocidades, y el momento en que se escribió puede venir de cualquier punto de la historia desde que la música se escribió.
Pero una melodía, con significado para uno, es un paraíso especial.
Este paraíso puede ser tan corto como de tres minutos, o largo, llegando a la media hora.
A veces empieza con energía, y en ocasiones va subiendo de nivel poco a poco.
De pronto cuenta una historia de amor o de héroes, a veces trata de momentos de grandeza o buscan crear reflexión en quien las escucha.
Y de géneros ni hablo, hay de todo para todos.
Hay melodías que recuerdan a algún lugar y un momento específico:
Unas vacaciones en la playa, un fin de semana frío en la oscuridad de la noche, un bosque con un cielo lleno de estrellas, un atardecer desde el techo de la casa en medio de una pandemia, las primeras noches después de irte de tu casa, un baile con esa persona de la que estás perdidamente enamorado, un cumpleaños con las mejores amistades del mundo, un viaje que cambió tu vida, el momento preciso en que se acaba un difícil semestre, o la graduación con que celebras el fin de tus estudios, los primeros días de cierto trabajo o momentos de complicaciones.
A veces el significado puede ser de matices menos amistosos, como puede ser la muerte de un ser querido, la ruptura con una pareja, o momentos donde uno no puede dar orden a las ideas que tiene en la cabeza.
También hay melodías que te llevan a frenar y a reflexionar.
Hay otras totalmente neutras, donde el oído solamente recibe el arte, pero el cerebro no lo interpreta.
De la música pueden gustarnos muchas cosas.
A veces pueden ser las historias que se relatan, de pronto nos atraen porque tratan de un momento de vida que estamos viviendo y describen la emociones que sentimos, en otras ocasiones lo llamativo es una voz única, y tampoco estoy peleado con que el atractivo sea un buen uso de la tecnología.
Parte de la belleza de este arte puede ser que maneje tonalidades de todo el espectro que el oído puede percibir, y a veces lo interesante es que se maneje dentro de un mismo rango de notas.
Toda melodía tiene sus momentos de clímax:
A veces es el acompañamiento de coros, o la entrada del canto de otras personas, a veces un silencio es más que suficiente para detonar un momento interesante.
A veces el solo de un violín o de una guitarra eléctrica resalta el significado de la música.
Pero independientemente de lo que sea, lo mejor es sentir que el latido del corazón va al compás de la melodía.
Pero hasta ahora he hablado de lo que uno piensa mientras escucha este paraíso estando solo.
Es todavía mejor cuando se está acompañado por otras personas con quien se comparten estos gustos y se puede cantar a todo pulmón una misma canción, en medio de una fiesta o recorriendo una carretera, y es mucho más especial cuando se hace junto a miles de personas, repitiendo el coro de una canción que es dirigida por el mismísimo artista que la interpreta.
¿Quieres saber cómo llegar un nivel más?: interpreta la melodía.
Cuando tocas un instrumento y eres parte del grupo que crea el arte que los demás disfrutan, puedes adueñarte de este paraíso.
Porque conoces el mismísimo corazón del significado de la armonía. Siguiendo un ritmo que es compartido por varias personas más.
Guardando los silencios necesarios y compartiendo notas junto con los demás músicos.
Escalando el volumen cuando así se requiere y aumentando los tonos con delicadeza, mostrando la maestría de los artistas.
Lo mejor de esto es el final, cuando acabas la partitura y se termina la interpretación, y los aplausos resuenan.
Cada quien disfruta de este paraíso a su manera, por lo que recuerda, por lo que vive y por lo que siente.
Porque se transporta a donde quiere ser transportado, y crea un pequeño refugio de la realidad.
Un arte que es para todos, y que da gusto a aquel que le da la oportunidad de gozarlo.
© José María Rincón Burboa