Cartas a Marilyn (Segunda Parte)

Estoy seguro al decir, que antes de salir de su vientre, ella les dio un lugar dentro de su corazón.
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11 a las 11:00  

Un Altar en el Corazón 

Jesús Antonio y Héctor Miguel, siempre fueron dos hombres con suerte; tal vez porque son; siete y once respectivamente, en el orden cronológico de la historia familiar, narrada en mi libro “El árbol de mis sueños”.

Ellos escogieron aquella simbólica fecha, que yo titulé: “Once a las once” y de la cual, escribo hoy, mí personal interpretación y, que tuvo cómo valioso contenido: la manifestación sin regateos del cariño de hermanos, ante la tumba de quién les diera todo sin pedirles nada. 

Estoy seguro al decir, que antes de salir de su vientre, ella les dio un lugar dentro de su corazón, por eso aquel día quisieron agruparse sucesivamente para celebrar el mágico momento de su vida familiar, en qué todos los hijos de Doña Victoria y Don Rosario: fueron fieles al llamado de la sangre, para hacerse presentes en la tumba de su madre; muerta para el mundo; pero viva en el latir de sus corazones.  

Un cura católico ofició las honras fúnebres, la ceremonia estuvo pletórica de emociones y de menciones particulares, el sacerdote hizo hincapié en lo difícil, pero maravilloso que resulta llegar a una reunión así.

Pues en una familia tan numerosa; el tiempo y la distancia; las ocupaciones y las posibilidades de cada quién, las vuelven difíciles de realizar. Especialmente, enfatizó; que en otros casos; por desacuerdos, viejos agravios y pequeños rencores, fueron imposibles.

Sin embargo; en este caso, a pesar de algunos desencuentros y prolongadas ausencias; y a pesar de estar tan dispersos:

Salvando las distancias por todos los medios de transporte, ahora posibles para ellos; todos estuvieron presentes en aquel homenaje, para rendirle una prueba de concordia y amor filial a la autora de sus vidas.  

Al término de aquella ceremonia luctuosa, que fue la parte espiritual y religiosa del homenaje, se abrazaron contentos y porque no decirlo: algunos lloraron para purgar un arrepentimiento tardío.

Particularmente uno de ellos; lloró al saber que no lo había perdido todo.

Lloró de alegría al comprobar que aún contaba con el afecto familiar y que la esperanza que no tenía ayer, cobraba hoy el gran valor de un renacer.

Por eso aún conserva cómo valioso recuerdo, el botón de rosa que esa mañana adornó su pecho justo en el lado del corazón.  

Honor a quien honor merece: aquella conmemoración; fue organizada por Jesús Antonio con mucha anticipación, a través de muchas conversaciones telefónicas; a cada uno en particular, le allanó toda clase de dificultades para asistir.

Él y Héctor Miguel pagaron todos los gastos sin ninguna tacañería, y no se pararon en pintas, con tal de reunir frente al sacrosanto sepulcro materno, a todos sus hijos, ¡que también eran once! Y le llevaron a presentar los nietos y bisnietos, y algún tataranieto en camino.

De regreso del camposanto a la ciudad, y para dejar recuerdo formal de aquel emblemático e inolvidable reencuentro; fueron conducidos en un auto enorme, al lujoso estudio fotográfico de un renombrado artista local.

Allí, en un gran salón, iluminado por la luz de grandes lámparas, se sintieron artistas en un set cinematográfico: posando para las cámaras; en diferentes formaciones.

Llevando prendido al pecho, un delicado y fragante botón de rosa, como símbolo filial, que más tarde; junto con la copa del brindis y la foto de ese momento, conservarían como un trofeo, ganado por acudir a aquella cita con su destino.   

Durante el resto de la tarde; en Heliotropos y Salvador Díaz Mirón; en la casa que fue la sede familiar de otros tiempos:

Se sirvió un banquete con toda formalidad para seguir fraternizando, y al caer la tarde; fue aumentando la concurrencia; y le siguió una cena para los demás invitados y durante toda la noche; se llevó a cabo una gran fiesta, amenizada por una banda Sinaloense de música de viento; que los deleitó tocando las canciones de su tierra.

Quien esto escribe, entre la algarabía de la gran fiesta; se dio tiempo como es su costumbre, para diferenciar los sonidos de cada instrumento; convirtiéndose en el feliz mortal, capaz de distinguir en el concierto, hasta el más leve rumor de los sonidos musicales… 

La cena, igual que la comida fue de lo mejor, ni que hablar de las bebidas; empezando por la regional cerveza Tecate, los vinos californianos y un tequila de tres generaciones. Sin faltar el escoses de mí predilección.  

Los anfitriones: Héctor y Teresa, nos hicieron objeto de su hospitalidad y no hubo un momento de la noche, en que no estuvieran pendientes del buen desarrollo de la velada. 

Ella, poseedora de una buena formación profesional, y admirable calidad humana, complementada con una gran vocación católica. Aquella tarde lucía un bonito peinado y un exquisito atuendo que resaltaba su belleza.

Él, un poco escéptico sin llegar a ser descreído, de no menos formación profesional, y dueño de una imponente presencia física.

Destaca en él la bonhomía de todo hombre exitoso, y lo caracteriza, el estilo franco de los hombres del norte.

Aunque muy afecto al trago, conservó siempre su lugar de anfitrión, ecuánime, pero con una actitud alegre y contagiosa.  

Sobre un gran caballete, una foto monumental de la Mamá Toya y de Papá Chayo presidió aquel inolvidable festival.  

Antes de que los tragos hicieran su efecto, Jesús Antonio que junto con Héctor Miguel lideraban muy bien el acontecimiento, (en relevo de Rafaela que nos había liderado por toda una vida), se puso de pie y alzando la voz, con bien medida cortesía y cordialidad:

Ofreció un brindis a todos los presentes, y acto seguido volvió a pedir la atención de todos los convidados, para continuar; invitando a las hermanas y a los hermanos, a decir unas palabras, para sellar su hermandad.  

Después del brindis y de haber blindado con palabras, la unión familiar: aquello fue una velada maravillosa, que terminó, cuando los rayos solares del día siguiente, sorprendieron a algunos invitados, bebiendo y cantando con un grupo musical que aguantó vara hasta el amanecer.  

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