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Ciudad de Los Ángeles, California, martes 04 de julio de 1985. Día de la independencia de los Estados Unidos.
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Fernando Valenzuela, el más grande de todos los tiempos en el beisbol mexicano

=Breve repaso a momentos históricos
= Un día de la Independencia memorable
= Aquella serie mundial de 1981 ante Yankees
= Retirado su numero (34) de Dodger Stadium

Ciudad de Los Ángeles, California, martes 04 de julio de 1985. Día de la independencia de los Estados Unidos.

Fernando Valenzuela intercambia impresiones con su manager, Tom Lasorda, antes de emprender, paso a paso, su camino al centro del diamante, arropado por una multitud que atiborra el Dodger Stadium, ubicado en el Este de la ciudad, también llamado como “Chávez Ravine” por los ya muy viejos aficionados a la pelota.

Es día de fiesta nacional -la fecha más importante en el calendario cívico del vecino país del Norte- y los angelinos quieren celebrarlo con una victoria sobre los Rojos de Cincinati.

Ya no hay lugar para nadie más en el emblemático coso beisbolero.

Pausada, lentamente, como si partiera plaza en tarde de Toros, Valenzuela llega a la lomita de pitcheo e inicia sus lanzamientos preparatorios a la mascota de Mike Scioscia, el cátcher que mejor se acomodaba a sus disparos, sin menospreciar a Steve Yeager, que también le recibió durante algunas temporadas al afamado serpentinero mexicano.

Sobre el terreno de juego, una auténtica constelación de estrellas, del más alto nivel.

Para frotarse los ojos antes de comprobar si aquello era una realidad.

Dodgers alinea con Scioscia; Steve “El Señorito” Garvey, en la primera almohada; Dave López, en la segunda; Ron Cey, en tercera; Bill Rusell, en el campo corto y Pedro Guerrero, Candy Maldonado y Ken Landreux, en los jardines.

Rojos con Dan Billardello, en la receptoría -inmerso en una misión imposible: que los seguidores de los Reds se olvidaran de Johny Bench -; Tony Pérez, en la inicial; Ron Oester, en la intermedia -también con el papel de sustituir a Joe Morgan -; David Concepción, en el terreno corto; Pete Rose, en la antesala y Cesar Cedeño, Dave Parker y Eric Davis, sobre las praderas.

Quien esto escribe, participe de la emoción que presagiaba el espectáculo, en una butaca de una fila que corría paralelamente a la línea de tercera base.

Formamos parte de un grupo de periodistas sinaloenses invitados a la ceremonia de toma de posesión de Tom Bradley como Mayor de la ciudad de los Ángeles, cuyo equipo de comunicación nos correspondió con esa experiencia en Dodger Stadium.

Algo que deseaba frenéticamente: que Fernando nos obsequiara con una de sus grandes actuaciones, tan frecuentes en sus primeros años en Grandes Ligas.

Y Fernando nos escucha: solo dos imparables admitidos a lo largo de las primeras siete entradas; pero falta la cereza del pastel.

En el cierre del séptimo inning, Valenzuela batea con Rusell en segunda y conecta línea de hit al derecho-central, que empuja a Bill con la única carrera del partido, la de la diferencia a final de cuentas.

Como era habitual por aquellos años, Valenzuela lanza el partido completo y con el out número 27, el estadio se ilumina con miles de fuegos artificiales que celebran la independencia de los Estados Unidos, mientras Fernando llega a la casa-club entre las felicitaciones de sus compañeros; la ovación de la multitud y algunas banderas mexicanas que se agitan en distintos puntos del imponente coso angelino. Una blanqueada más. Faena redonda.

El epilogo del viaje no podía haber sido mejor.

¿Qué más recuerdo de Fernando Valenzuela?

La verdad muchas de sus actuaciones, pero la abrumadora mayoría de ellas, a través de la magia de la televisión. Obvio: el tercer juego de la serie mundial de 1981 entre Dodgers de los Angeles y Yankees de Nueva York.

Valenzuela abrió ese tercer encuentro -no fue el primero porque él lanzó y ganó el último de la serie por el campeonato de la Liga Nacional frente a Expos de Montreal – y se repuso de un 0-3 adverso para encaminar a su equipo a una victoria que marcó el camino de los Dodgers al campeonato mundial.

Por cierto, Aurelio Rodríguez, otro estelar del beisbol mexicano, cubría la tercera base del plantel de Manhattan.

Como el más ambicioso de todos los guiones de película, Fernando estaba programado para pitchear en el séptimo partido de la serie mundial en Yankee Stadium -nominado ya para el Premio Cy Young, el novato del año, el bat de oro, el MVP y quien sabe cuantas cosas más -; pero ya no fue necesario:

Los Dodgers se apuntaron el triunfo en los siguientes tres encuentros y evitaron la prolongación del desafío a la instancia suprema. Ni al mejor director de cine se le hubiese ocurrido una trama con estas características.

Poco tiempo después, en una convención del beisbol profesional mexicano celebrada en la pequeña ciudad de Ajijic, Jalisco, a las orillas del lago de Chapala -a la que acudí invitado por don Juan Manuel Ley López (qepd) – las salas de trabajo se quedaron vacías, repentinamente, ante el anuncio de que llegaría, en vivo, la transmisión de un partido entre Dodgers de los Angeles y Mets de Nueva York, por quienes lanzarían los mejores del momento:

Fernando Valenzuela y Dwight Gooden; ambos, en una temporada de ensueño. Todo mundo en el salón central. Nadie quiso saber nada más -en esos momentos – de la agenda del evento.

Y bueno, Valenzuela y Gooden correspondieron a la expectación. Faltaba más.

El juego cerró 0-0 a la novena entrada y vinieron los adicionales: Gooden salió a la conclusión de la décima segunda y Fernando se sostuvo todavía una más para acreditarse la victoria, en uno de los duelos de pitcheo más espectaculares de que se tenga memoria en la historia del beisbol de las Ligas Mayores. Morir en la raya, era la consigna.

¿Y que decir del Juego de Estrellas de 1986 entre las ligas Nacional y Americana? Valenzuela ponchó a los seis bateadores a los que hizo frente en una demostración bárbara de calidad. El último “chocolate”, por cierto, se lo recetó a su compatriota Teodoro Higuera. Y así. No más.

Pudiéramos escribir muchos capítulos más; pero no es necesario. No vamos a convencer a quien ya está convencido de eso: Fernando Valenzuela ha sido un grande; el más grande de todos los mexicanos en las Ligas Mayores. ¿No? Y bueno.

Todo esto ha venido a colación por el gran homenaje que la directiva de los Dodgers de los Ángeles rindió a Fernando Valenzuela el sábado próximo pasado, precisamente en Dodger Stadium, el principal escenario de sus grandes triunfos.

Los Dodgers retiraron su número, el 34 y decretaron el 12 de agosto, como el día de Fernando Valenzuela, lo que implica que lo recordaran año con año, seguramente.

Todo por méritos propios, inobjetablemente. Profunda satisfacción en este beisbolista -nacido en Etchohuaquila, a un ladito de la ciudad de Navojoa, en Sonora -; para su familia y amigos; para toda la legión beisbolera y para nuestro país en general. Enhorabuena.

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