Lecturas para un momento. Octava Parte.

Hoy a la diez de la noche; me han invitado al bar del hotel San Marcos. Ahí nos reuniremos con ellas.
BBANG
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Es medio día y Don Pepo, sentado en el comedor, ha escuchado atento el largo relato de Zulema: mientras se toma la tercera cerveza, tamborilea con los dedos sobre la mesa, y mueve inquieto las rodillas en señal de impaciencia; sabe que no podría aguantar una segunda parte y antes de que ella agarre aire de nuevo para reanudar; se echa atrás en la silla y le pregunta: –  

¿Y… ya has terminado? Porque lo que yo te pido, me parece que no tiene nada que ver, con esas, tus… amiguitas. – Por el contrario, mi gentil y valeroso caballero; dijo ella, ¿Qué no es precisamente, un buen acompañamiento lo que me estas pidiendo para esta noche? – Si, pero, ¿ellas estarán dispuestas? – Claro que sí mi Don Pepo, ellas vendrán esta noche. Mira ahora te lo explico y sin dar tiempo a más preguntas; agarra aire y se lanza a la temida segunda parte del relato: 

Hoy a la diez de la noche; me han invitado al bar del hotel San Marcos. Ahí nos reuniremos con ellas. Don Pepo la mira escéptico –Pero ellas ¿ya están al tanto de lo ocurrido aquella noche? Y sentenció santiguándose con temor: – ¡y que seguramente volverá a ocurrir a la menor provocación!…

–Bueno mira: dijo ella optativa, ¿porque no dejamos para mañana o pasado tus planes?, y mira: hoy te las presento; las conoces, haces migas con ellas y dejas que te conozcan y se familiaricen contigo; y después: ¡continuamos con el exterminio que tienes planeado! –Don Pepo, pondera la propuesta, se soba el pecho, agarra aire y lo expulsa, empieza a sentirse aliviado; acepta con movimientos de cabeza, pero rápidamente aclara paradas: pero que no sea por toda la noche, porque ya te digo; en mi casa…

Zulema lo ataja poniéndole un dedo sobre la boca y… mirándolo de arriba abajo, le sugiere: -Estaría bueno que te refrescaras un poco, te tranquilizaras y te cambiaras por lo menos de camisa por una más apropiada. –Si claro, aceptó; pero tendré que volver a mi casa para eso. – ¡No! espera un momento y escucha: que feo habito tienes; no sabes escuchar, te gusta interrumpir, y le repitió la orden: espera un momento.

Ella se alejó rumbo a la recamara y regresó trayendo un paquete; cuya vistosa propaganda impresa, es de la prestigiada tienda de ropa para caballeros: “Nino Gallegos”, y abriendo la envoltura, sacó una guayabera blanca y se la mostró diciendo: -Te quedará al cuerpo. – ¡Pero ¡cómo! Intentó protestar Don Pepo, pero Zulema lo atajó ordenándole silencio y explicándole: aquella noche tú ropa quedó destruida y desde entonces pensé; que lo menos que merecías, era que yo te la pagara, al día siguiente la compré y desde entonces está aquí esperándote… 

Entretenidos en comentar la inminente entrevista con las nuevas amigas; no han sentido pasar las horas, la luz del sol se ha perdido, la tarde a comenzado a pardear; y… ¡de repente!… sienten como el espacio que los rodea, se va invadiendo con un lejano pero conocido rumor, muy rápido e irremediablemente se satura con el fétido olor a almizcle y azufre…:

Los siguientes cinco minutos ¡son terribles! no por conocidos y experimentados con anterioridad; dejan de ser aterradores… aferrados el uno al otro soportan el rápido pero electrizante momento; que por obra de Dios pasa pronto, y del que solo queda, como endemoniada señal: unas cuantas alas negras desgarradas y él líder de la manada de felinos; relamiéndose los carrillos y maullando, que insatisfecho: no se ha retirado del coto de cacería, y parece que ha decidido a esperar ahí hasta el amanecer, a que regresen de los quirópteros, los hijos de la noche…   

Don Pepo está nervioso; impresionado, porque muy bien lo sabe, el Padre Jeringas se lo advirtió:<<cuando te enfrentes con las fuerzas del mal, no permitas que nada, ni nadie distraiga tu atención, que nada, ni nadie te confíe, que no se te olvide tú sagrada defensa; porque…

¡Podrías perder el alma! y quedarte vagando entre las sombras, entre este mundo y el otro para siempre>> y es por eso que no permitió que ni el alcohol, ni la sensualidad, ni el erotismo; previos al momento: hicieran presa de él… durante la inquietante aparición de los murciélagos y su enfrentamiento con los gatos.  

Pasado el combate; ambos han reaccionado y ella es la primera en pedirle que se vista con la ropa nueva y él se incorpora, tomando las prendas las revisa, la huele, y mete el antebrazo en la pretina del pantalón talla 36 y duda, calculando sí su barriga, llenará lo que la pretina excede más allá de su puño cerrado; se sienta en el borde de la cama; mete uno y después el otro píe en las mangas del pantalón, se incorpora y lo sube hasta la cintura, comprobando con agrado, que apenas le cierra, se calza los Flexi que recibió de regalo el recién pasado día del padre y, al verse en el espejo, le disgusta un poco su barriga cervecera; pero hace un mohín de resignación y acto seguido, calmado pero airoso, con un gesto de solemne parsimonia; que envidiaría el más avezado gigoló: se abotonó la guayabera y se acercó al espejo estirando y recogiendo los brazos, para comprobar lo bien que le había hormado al cuerpo.

Sin poder evitarlo; se miró de reojo medio complacido y abriendo la boca: se premió a si mismo con una caricia de la mano izquierda sobre la mejilla derecha; y con sinceridad irremediable; valoró lo poco que quedaba ya de su pasada juventud y de su inquietante, pero ya desaparecida guapura… 

Zulema por su lado, también estaba terminando su arreglo personal, que consistió en ropa muy ocasional y sencilla, de colores pastel. Y cuando se encontraron en la sala; ella no pudo contener una interjección de júbilo: Oh lá lá! Monsieur! Quel succés! A lo que él, recordando a Cantinflas, atinó a corresponder: Cherchez la femme, mon Cherí!! Y haciendo una ridícula caravana, le enseñó la tonsura de la región occipital.  

Serían la nueve con cuarenta minutos, cuando se escuchó el discreto timbre del Moto-Startak, y ella contestó: <<qui parlé>> con bien estudiado acento; afónico y gutural. Y del otro lado –Oye, somos nosotras, Esmeralda y Remedios; ya estamos aquí, te esperamos. Ella: –Trés bie! Pero no voy sola: me acompaña un caballero.

Y sin dar tiempo a contestar, colgó y acto seguido; miró a Don Pepo insinuante y ante su asombro: le extendió su cartera abierta, diciéndole con firmeza: -Toma tres grandes: porque tú pagarás la cuenta… Pepo obedeció sin chistar, y sus labios ensayaron una leve sonrisa, con la discreta petulancia que en otros tiempos solía tener… y en un chispazo retrospectivo de la mente, recordó:

Allá por los años setenta, cuando recién llegó del Mexicali de sus amores, donde; desde muy jovencito, se desempeñó como  mandadero en las oficinas del CDE del PRI, y donde conoció a ciertas regidoras del H. Ayuntamiento fronterizo: que les gustaba mucho el trago y las reuniones privadas, donde él la hacía de mesero, sirviéndoles los tragos con un poquitín de exageración; y ellas premiaban con largueza su ardiente lozanía  y su vigor inagotable… 

Entraron al lobby del moderno hotel San Marcos y lo cruzaron sin detenerse. Don Pepo conocía como pocos las instalaciones donde antes había prestado sus servicios de mil-U, pero que hoy, por primera vez visitaba como cliente.  

Al entrar al bar, se detuvieron y al instante; un mesero solícito  los condujo a una mesa de tres: Esmeralda y Remedios se pusieron de pie sonrientes y se encargaron de presentarlos con el galante caballero que las acompañaba; cuyo nombre me reservaré;  a pesar de que a punto estuvo de provocar mis celos; con su juventud y buena presencia:

Estrechó las manos de Zulema entre las suyas, y se las besó insinuante, ante las miradas divertidas de sus compañeras de mesa; y debido a que hoy; ocupa una importante posición política, y a que: un hombre discreto como yo: es la mitad de un buen amigo. 

Se sentaron y sin esperar a que pidieran; el mesero se acercó trayendo una botella de Blue Rhin y dos esbeltas copas de cristal; pidió permiso para descorchar, y mientras nos servía las copas; intercambio miradas de inteligencia con el caballero, que desde ese momento se mostró como un espléndido anfitrión; cuya esplendidez y buenos modales no le impidieron preguntar; a que se debía la silenciosa presencia de Don Pepo; a lo que Zulema contestó: que él era su inseparable guardaespaldas.

Respuesta que lo tranquilizó y a partir de ese momento: se dedicó a besuquearse con las tres mujeres, sin importarle un comino la presencia de Don Pepo, que a duras penas se contuvo.

Serían pasadas ya las doce de la noche, cuando; apareció un alfeñique vestido todo de blanco y acercándose por la espalda del efusivo caballero; le dijo con delicadas inflexiones en la voz: “vámonos ya” el caballero se molestó y con una seña intentó despedirlo; pero el alfeñique le informó terminante “ya es hora, tu mujer está por llegar al aeropuerto” y el caballero entonces, sin esperar a mayores aclaraciones se levantó presuroso y haciéndole señas al mesero: firmó la cuenta y se marchó… 

Don Pepo se equivocó de cabo a rabo, cuando pensó que el espléndido sujeto sería el prestanombres de algún buchón; porque no tardó en escuchar a Esmeralda cuando entusiasmada le decía: ¡ay Zule! éste es el Shugar Dady que nos mandó pagar la cuenta de Los Portales la otra noche y fíjate que ardía en deseos por conocerte.

Qué bueno que este ruco no la hizo de pedo. Nos hubiera echado a perder el negocio. – ¿Pero porque lo dices guapa? Y refiriéndose a Don Pepo abundó: él es un hombre sabio, que no se espanta de nada. Y exagerando: también ha recorrido el mundo y su discreción es admirable… – ¡Ha sí! ¿Nomás eso?  –Bueno, si vamos a ser amigas de verdad; lo tendremos que compartir todo, y él también será para ustedes, lo que es para mí; y ya tendrán tiempo de conocerlo…  

Para Don Pepo, que sin darse cuenta del efecto que ya habían surtido en él, las copas de aquel vino blanco, tan delicioso y suave al paladar: aquellas palabras fueron cómo el toque de un clarín, que anuncia la batalla; se irguió en su butaca y su actitud, que hasta entonces había sido del más bajo perfil, cambio al instante y de su cuerpo pareció desprenderse un halo de encanto y simpatía…

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