Lecturas para un momento. 7ma parte.

Zulema después de aquella noche y viendo la ausencia de Pepo, se ha salido de la casa, se ha ido a visitar a su hermana a la ciudad de los Mochis.
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Sinaloa Seguridad Alimentaria

Don Pepo se ha prestado a un riguroso examen médico; es tanto su deseo de abandonar la prisión domiciliaria a que lo ha sometido su mujer que; él mismo ha pedido que venga un médico a examinarlo.  

El médico después de auscultarlo rigurosamente, ha dictaminado su total restablecimiento físico y mental, de cualquier padecimiento, accidente o achaque que hubiese padecido, y lo ha puesto bajo una alentadora prescripción: 

Dieta de alimentos a base de carnes blancas; como lo es el pollo y el pescado. Actividad física: solaz esparcimiento, caminata al aire libre, de preferencia en las riberas del rio Tamazula y el Humaya. Y para mantener ágil la mente; debe reunirse con sus cuates en la cantina y practicar juegos de mesa, y desde luego con toda moderación: puede tomarse unas cuantas cervezas… 

Y sin esperar ninguna paga por sus honorarios se ha marchado presuroso: sin darle tiempo a protestar a la señora de Don Pepo y éste por su parte, se ha tapado la boca con las manos y ocultando su regocijo; hizo mutis por la derecha rumbo al baño a toda prisa. Su esposa, sumamente contrariada por el desenlace que ha tenido la vista del médico: lo ha seguido hasta el baño en actitud punitiva; profiriendo sin reservas, una retahíla de calificativos, que ponen en entredicho el título del médico: de inepto y de alcahuete no lo ha bajado.

En un intento de desquitar su coraje; ha salido a reclamarle a la vecina que se lo recomendó, pero como no ha querido escucharla; regresó a su casa hecha un basilisco, increpando a Don Pepo. Pero éste, decidido recuperar su libre albedrío a como dé lugar; ya no está, se ha salido la banqueta, y se encuentra platicándole a Don Fernando su vecino, todos los pormenores de sus quince días de encierro, que no fue debido al contagio del covid, y nada por el estilo; si no a una amnesia, que se le complicó con un vértigo transitorio. La señora al ver que no se ha marchado; a duras penas se calma y lo llama haciéndole señas; él se niega a entrar a la vivienda y ella con el mismo lenguaje lo amenaza que se las pagará; y se vuelve a interior, donde no tardaron en escucharse exagerados ruidos de cocina. 

Don Pepo; instalándose en su nueva normalidad y ante el enfado de su mujer: decide que será mejor darle un poco de tiempo para que se calme; y se va a darle una vuelta al vecindario.  Vestido con su acostumbrado Levi’s y su playera estampada que mal disimula su barriga; en chanclas de descanso y luciendo al aire su escaza cabellera de zorro gris; recorre varias cuadras, saludando a sus vecinos; que aprovechando que no ha llovido; han sacado sillas para sentarse a tardear en las amplias, y sombradas banquetas de la colonia Almada. Él es tan conocido en todo el barrio, que algunos ya saben el mitote: pues en la tortillería, Doña “Geno” se ha encargado de informar al vecindario:

fíjate que Don Pepo está muy delicado de salud, la otra noche no vino a dormir a su casa, y la pobre de su mujer pasó la noche en vela; llamando a todos sus parientes, al Civil, a Transito y a la Barandilla, tratando de localizarlo y pero dice que estaba en la cruz roja; que dizque se cayó y se descalabró la chiluca, y que debido a su chochez, ya se le van las cabras pal monte, fíjate nomás que tragedia, ¿quién nos va a componer las cosas? ¡Hay no! pobre hombre y su mujer me pidió que les avise para que no lo vayan a buscar” y es por eso que algunos vecinos ‘picuecos,’ al verlo de nuevo: lo invitan con sorna a echarse una caguama banquetera: – Ese Don Pepo, vengase a echar una con los amigos: misma que él agradece. – Gracias, gracias, se agradece, y sin dejar de voltear hacia su casa; sigue su eventual periplo sin detenerse. 

Sin darse cuenta ha extendido su caminata hasta el bar del Asturiano, mira en su marquesina, el anuncio de las suculentas tortas de pavo y la típica paella Valenciana, y se le hace agua la boca; saluda por la gran ventana que da a la calle Donato Guerra; al mismísimo Pepe Margolles, que se asoma; luciendo su gorro y su manoseado mandil: – ¡Quiubole Pepe! – ¡Ea Don Pepo! ¡Pásele, la casa invita! A lo que Don Pepo contesta con evasivas:

– Mañana aquí nos vemos mi amigazo. Y sin proponérselo sigue su recorrido por el famoso <<triangulo de las bermudas>> no tarda en estar frente a “La Jaibita”donde tantas veces a departido con el contador José Herrera May y el Lic. Roberto Flores Amezcua  y algún otro intelectual que gusta de su cualidad de buen conversador y volteando a la otra acera, se sorprende al ver cómo en ese instante se ilumina el espectacular anuncio del “Cactus Bar”, resiste estoico la tentación de entrar y se apresura a dar la vuelta a la esquina;

pero de repente, sus oídos se inundan con las notas musicales del cuarteto que toca en el internacionalmente conocido bar “Él Guayabo”, sin duda él más concurrido de  Culiacán; al pasar escucha con mucha claridad la voz del Tony que canta: <<amor de cabaret, que se paga con dinero, amor de cabaret que poco a poco me mata y si embargo yo quiero: un amor de cabaret>> y decidido a volver a su casa, emulando a Ulises de Ítaca: hace oídos sordos y ojos ciegos  ante el “Évora Bar” que por casualidad se ubica en frente, y también acaba de abrir sus puertas. Temerosos de caer en la tentación; acelera el paso, desairando también la invitación de Salomé el cantinero de “La Pascola” que por cierto acaba de reanudar sus actividades y su dueño está en la puerta invitando a los transeúntes a pasar a disfrutar las bebidas y las exquisitas botanas.  

Don Pepo ha pasado la prueba de fuego sin quererlo, y se siente contento y renovado. Dispuesto a todo se apura a recorrer las dos cuadras que lo separan de su casa; se enfila por la calle Pancho Villa y pasa por la fábrica de hielo sin detenerse a platicar con los obreros que lo conocen y creyendo que va pistiado le gritan consignas: ¡ese Don Pepo no se raje! ¡Ánimo ya casi llega! ¡Alcabo que en su casa usté manda!  Él se sonríe y sigue sin detenerse, y a los pocos minutos está frente a su puerta, que está abierta esperándolo… Su esposa lo espera ya tranquila, sabe que ha perdido la batalla y no quiere agravar la situación:  

El Pepo ha sido el amor de su vida, y ella a querer o no, siempre le ha tolerado todas sus chingaderas, aunque es brava y celosa a más no poder, como toda mujer mexicana; siempre termina aceptando lo irremediable; y él que como todo macho mexicano; en la calle se mata con cualquiera, llegando a su casa: se somete y se aguanta todo lo que le caiga encima, a sabiendas de que se lo merece, por andar de cabrón y de libertino… 

Don Pepo, es hombre de convicciones bien arraigadas; siempre ha pensado que es cierto el dicho: “el que nace pá tamal del cielo le caen las hojas”.  Cree en el destino y en todo cuanto da por cierto la filosofía popular: pero, sobre todo, desde niño aprendió a respetar la palabra empeñada y no puede olvidar a Zulema, como si nada hubiera pasado, como si aquella noche no hubiese existido, ni hubiese nacido entre ellos dos, un vínculo; una extraña adicción, que, si bien no se le puede llamar apego, sí ejerce sobre él un extraño magnetismo. Siente al recordarla, “un no sé qué, que qué sé yo”, que le impide hacerse pendejo y pasar por alto su condición de hombre de honor.   

Pasada la borrasca familiar y sus días de claustro que terminaron apenas ayer: decide ir a buscarla para rescatar la palabra empeñada y explicarle lo que le pasó, aunque lo deje mal parado, el encierro de que fue objeto por parte de su mujer.  

Zulema después de aquella noche y viendo la ausencia de Pepo, se ha salido de la casa, se ha ido a visitar a su hermana a la ciudad de los Mochis y acaba de regresar. En entrevista privada con Pepo, ambos se han puesto al día de lo acontecido, no hay desavenencia entre ellos y han pasado una tarde muy placentera; superado el difícil momento del reencuentro: recordaron todo lo ocurrido aquella noche y entre advertencias; no pararon de reírse uno del otro y de festejar que pudieron vivir para contarlo. 

Don Pepo que, si bien ha ganado la batalla en su casa, tiene pendiente derrotar a los murciélagos de la noche. Para reanudar su aventura y enfrentar la segunda batalla en contra de los “murciélagos de la noche”, se ha preparado lo mejor que ha podido: ha consultado a todos los negocios de plaguicidas que existen a Culiacán; también ha buscado al Padre Jeringas y le ha relatado todo lo ocurrido y ha pedido su concejo; cómo último recurso también ha buscado a su hijo el médico, para que dictamine su verdadero estado de salud: éste le recetado de nuevo: un suero vitaminado, unas ampolletas de Campolón para el vigor corporal y unas tabletas de Cervilán para fortalecimiento y la buena circulación sanguínea del cerebro…  

Pero Don Pepo, con todas estas medidas preventivas, todavía no está seguro; siente que necesita algo más y entonces decide hablar francamente con Zulema, expresarle sus temores y pedirle que ella invite a otras personas para sentirse más seguro. 

Ella lo recibe a media mañana, luce de buen talante y hasta bromea en francés. – Comment allez-vouz? mon Chevalier  de la  Table Ronde! Y si darle tiempo a contestar prosiguió en español. – Precisamente quería platicarte: mira, un día, después del luto que guardé por mi santa madre que en gloria esté; fui a Los Portales y ahí conocí de manera muy particular a unas pelandruscas, que intentaron reírse de mí, yo nunca he sido dejada y no me gusta que se rían de mí y queriendo darles una lección:

ensaye mi peor personalidad, y primero les metí un susto y como salieron corriendo a esconderse en el tocador, las perdoné, les pagué la cuenta y una copa más; me salí dejándoles un recado, con mi número teléfono celular… para no hacértela más larga, te cuento que me han estado llamando insistentemente, y yo, que con todo lo ocurrido me olvidé de ellas; me pregunté quién podría ser y me negué a contestar; pero como insistieron, ayer por fin les contesté:

– Sí, quien habla. – Bueno buenas tardes, ¿Zulema? Al escuchar voz de mujer, me tranquilicé y bajando el tono de mi voz, la enronquecí. – Sí, con quién tengo el gusto, – Hay sí eres tú, que emoción, somos las chicas de Los Portales. Al cabo de un esfuerzo, caí en cuenta y volví a preguntar con la misma voz. – Sí, ya las recuerdo “chicas”, ¿cómo están? – Nos hemos acordado mucho de ti y queremos conocerte; para que nos digas por favor, que cigarrillos fumas, ¡hay el que nos dejaste con el recado fue tremendo! – Bien“chicas” en los portales hoy a las diez, ¿les parece bien? –Sí pero ahora, ¿nosotras invitamos he? Y colgué sin agregar palabra. 

Las maduras de los Portales, hacen su puntual aparición; ambas visten ropa de ocasión y se sorprenden al descubrir a Zulema, que, vestida de negro con sencillez, ocupa discretamente una mesa apartada y al aire libre en el jardín; fuma con elegancia un pitillo café oscuro con la boquilla dorada: al verlas se echa hacia atrás en la silla; pinza el cigarrillo entre índice y pulgar; y sonriendo le ofrece un toque; ellas se ríen y se dirigen a ella.

Ella no se para, pero abre ambos brazos, ofreciéndoles un lugar a cada lado suyo; ellas la toman de las manos y la besan en las mejillas: al mismo tiempo inhalan<<obsession>> su perturbadora fragancia europea; que las hace sentir en otro mundo: Yo soy Esmeralda dijo la trigueña y yo Remedios, dijo la rubia, dejando sentir la seda de sus manos, y el terciopelo de su voz. –Bienvenidas, mi nombre ya lo saben y les ofrezco mi amistad y esto que sé; lo están deseando: y oliendo con deleite el pitillo se lo dio con licadeza a Esmeralda. Ellas se sentaron sin soltarle la mano, como si desde antes fueran, las buenas amigas que llegarían a ser.

El mesero, preguntó sacándolas de la primera impresión: – ¿Que les sirvo? se miraron entre sí, y Zulema sin titubear. –Para mí otra copa de vino blanco y ellas un poco desconcertadas. –Para nosotros, una Paloma en vaso Collin´s, por favor. -Al instante señoritas y sí, rápido regresó. Al momento de servirles, no pudo evitar la intensa mirada de Zulema, que lo inquietó haciéndolo perder ligeramente el control, se retiró y al regresar a la barra, comentó con la Dueña: -Señora, ahí está de nuevo la mujer de aquel día. –Ha sí, quédate pendiente de su mesa, ya sabes, ya te dije quién es, me extraña que haya vuelto, según me dijeron no tardaba en volver a Francia, donde es dueña de un lugar de la Cuisine Régionale nourriture Mexicaine: él mesero se quedó en ayunas, pero no perdió de vista la mesa y estuvo pendiente del más mínimo gesto de Zulema. 

Esmeralda no pudo aguantar y tomando el pitillo entre sus dedos lo llevó a la boca: ante su sorpresa, el mesero apareció al instante y le dio fuego. Esmeralda lo succionó con fruición y después lo paseó por enfrente olfateándolo. – Que cosa más rica y se lo ofreció a Remedios, que también le dio el golpe inspirándolo profundamente. Zulema las miró alternativamente y sonrió, sintiendo un cosquilleo en el bajo vientre, contrajo la entrepierna y entrecerró sus grandes ojos negros, y mordiéndose ligeramente el labio inferior; dilató notablemente sus fosas nasales, inalando los estrógenos que sentía fluir de sus costados. 

El teclado a cargo de Paty Galindo, amenizaba la velada enmarcando su delicada voz; después de entonar algunas canciones tropicales; cambió de género, y se fue imbuyendo en un estilo de Blues, que por momentos parecía exceder la estructura musical de doce compases; para pasar a una delicada improvisación de jazz, que a querer o no, generó una complicidad colectiva, llenando de erotismo y de sensualidad la estancia a media luz…

La mesa de tres, estaba vacía; entre otras personas: Zulema, Remedios y Esmeralda, tomadas de las manos se movían suavemente, en una triada rítmica y voluptuosa, que no dejaba campo a la imaginación. De la voz de la cantante salían emotivos susurros musicales; que, en su evolución, se fueron trasladando a una especie de Soul Groove, ejecutado en exquisita conjunción de voz y teclado, que continuó hasta que la interprete extenuada, colgó los brazos e inclinó la cabeza, agradeciendo los aplausos; para después buscar su copa, que como siempre la esperaba fiel sobre la cubierta del teclado…

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