Lecturas para un momento. 4ta parte.

Y sin poder resistirse se paró y con movimientos sensuales, inició una danza sugerente y provocativa.
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Don Pepo después de enterarse del preocupante problema que le quitaba el sueño y la tranquilidad a Doña Zulema; se disponía a abandonar la vieja y solariega casona ubicada en el primer cuadro de la capital sinaloense, que fue hogar de una familia acomodada venida a menos y finalmente desintegrada por problemas, tan insignificante pero tan comunes en los núcleos familiares de provincia:

Cuando advirtió que había un cuarto más, que ella no le mostró en el recorrido que hicieron: la luz que se filtra por el grueso cortinaje del ventanal que da al patio trasero, produce una penumbra vaga; el mobiliario llamó poderosamente su atención: no pudo evitar verse reflejado en el gran espejo que cubría medio muro del fondo:

[De repente entendió porque algunas personas padecen de eisoptrofobia] y frente a él, un pequeño tapete persa; dos incensarios a los costados con varas a medio consumir, y en la longitudinal; acotada por el muro cabecera:

Una mesa de mediano tamaño; la cubierta es negra y tiene los contornos moldurados, y sobre ella; dividiendo en tercios, dos pequeños candelabros con tres velas apagadas cada uno, y al centro de ellos, sobre la carpeta de piel oscura: un mamotreto.

[Diccionario Mazón] Y tras la mesa: una silla, con el respaldo curvo y muy alto; capitoneado en panilla negra; tiene grandes coderas tapizadas y frente a ella: dos sillas más del mismo tipo; solo que con el respaldo extrañamente pequeño y circular.

De las velas de cera apagadas: cuelgan gruesos escurrimientos, y flota en el ambiente un aroma a cera quemada que sugiere; qué recién estuvieron encendidas.

Don Pepo se impresiona; siente correr por su espalda una sensación de cosquilleo… ¡ni dudarlo! éste un recinto para celebrar reuniones secretas…

Zulema que está a sus espaldas, se da cuenta de su acartonamiento; lo toma por un brazo con ambas manos y ensayando una voluptuosa sonrisa, con voz seductora y enigmática le informa: éste fue el despacho de mí difunto padre, y también su gimnasio de yoga.

Aquí hacía sus ejercicios de meditación y celebraba sus logias… Pepo voltea a verla, lento en reaccionar y sin medir las consecuencias, aborta un sombrío pensamiento: – es… ¡tétrico! Se arrepiente, y corrige queriendo atemperar: – es; un poco lúgubre…  Zulema le oprime el bíceps; más parece que acaricia su musculatura y ríe divertida:

– Vamos Don Pepo, ¿no me diga que es usted supersticioso? Ahora, éste que fue un santuario para él; yo lo uso para dar mis clases de francés y con ello ganar algunos pesos; y también aquí hago mis ensayos de teatro, que es mi entretenimiento favorito.

– Don Pepo: Sí por supuesto, discúlpeme, me dejé llevar, es una tontería… pero, nada le quitaría de la mente esa tremenda impresión y para sus adentros: –“ni que yo fuera tan pendejo”… 

La señora Quiñonez, que le pidió llamarla por el exótico nombre de Zulema: recién que regresó de Francia, se dedicó en cuerpo y alma a los cuidados que requería su madre enferma.

Después de muerta e incinerado su cadáver; le guardo luto con admirable madurez, no lloró su muerte; se entregó a la meditación durante doce días; y al término de estas honras fúnebres privadas:

Juntó toda la ropa de la difunta y la llevó a donar a las capillas del Carmen y de Fátima; cuyos templos fueron receptáculos de fe de su madre, que en contrapartida con un esposo escéptico: era católica.

Ese mismo día por la noche, acudió sobriamente vestida al restaurante Los Portales.

Y discretamente ocupó una mesa al aire libre, de las más apartadas de bullicio, pidió una copa de vino blanco y encendió un aromático pitillo de boquilla dorada; casi al instante, apareció una joven rubia, alta y esbelta, llevando en sus manos de uñas bien pintadas, un cenicero de cristal; ella agradeció con una sonrisa y una educada inclinación;

Se llevó el cigarrillo a los labios, succionó con pasión y sin apartarlo; exhaló una sensual bocanada que se difuminó en el claro oscuro  de la penumbra del jardín; revisó la carta: pidió un corte término medio, con guarnición de lechuga orejona, aguacate y perejil salpicados con aceite de olivo. 

 Desde una mesa ubicada bajos los portales, una par de maduras que departían hablándose al oído; y que desde su llegada la observaron: no dejaban de mirarla y sonreír, sin detener su coloquio confidencial; ella que no se había dado por aludida: pidió otra copa de vino, terminó su corte, pidió que le retiraran el servicio; y volvió a encender su cigarrillo…

Lo olfateó con deleite y elegancia; lo pinzó entre el índice y el pulgar; levantó su rostro, sacudiendo con discreta coquetería su desordenada cabellera, y dirigiéndose a las maduras:

Les ofreció una fumada, con actitud de desenfado; parecía una pequeña leona satisfecha; que se siente ama y señora de todo cuanto está a vista, porque nada se movía sin que ella lo prendiera con su mirada intimidante, al tiempo que parecía relamerse los labios, seguido de un bostezo bestial y majadero…

Las maduras congelaron su sonrisa sintiendo como se les aflojaban las corvas y sintieron ganas repentinas de ir al tocador: – ¿¡la miraste!? ¡Huy qué miedo! Parece una diabla…

Volvieron a la mesa sin atreverse a mirarla: Pero ella había desaparecido, pagándoles el consumo y una copa más, y dejándoles un mensaje: al desdoblar la servilleta perfumada de “obsesión”; el aromático pitillo de boquilla dorada a medio consumir, cayó sobre la mesa; y quedó a la vista un número telefónico de diez cifras y; “cuando gusten pueden conocer a una amiga de verdad:

Zulema”….se miraron atónitas, se sentían totalmente superadas; sin dejar de sentir atracción por aquella perrilla convertida en Leona que las apantalló sin despeinarse siquiera; la curiosidad las tenía dominadas; la madura de piel trigueña no resistió la tentación:

Tomó el pitillo, lo llevó a su boca, lo encendió y le dio  el golpe, y aparentando ser Zulema: fingió un bostezo, se pasó la lengua por los labios, y adoptando  pose de mujer fatal, inclinó la cara; miró a su compañera con ojos de pantera en celo, y con voz ronca y sugestiva:

– ¿Quieres una amiguita de verdad cabrona? Y repitiendo golpe al pitillo; empezó a sentirse entusiasmada y muy ágil: la música del teclado elevó el volumen apagando sus voces, y se escuchó la voz sensual de la vocalista: Diséñame; quiero ser todo lo que tu gusta, diséñame; te doy mi  esencia y mi verdad… 

Y sin poder resistirse se paró y con movimientos sensuales, inició una danza sugerente y provocativa: su compañera, complacida, no perdía de vista sus eróticas evoluciones, sin duda la velada era prometedora y al terminar la última copa, dejando jugosa propina: cogidas de la mano se perdieron en la noche…continuará 

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