15 de Diciembre de 2023
Ninguno nace en momentos de total cordura. Salen en medio de la alegría de una reunión con amigos o familiares, a veces se idean en medio de otro viaje, ante la oportunidad de una aventura fuera de la ruta original planeada.
En ocasiones se organizan mientras se escucha a alguien hablar de esos lugares, y tampoco falta la ocasión en que se gestan mientras uno mira al pasado y desea revivir en carne propia las historias pisando aquellos lugares donde ocurrieron acontecimientos importantes. Más de una vez, los pretextos del trabajo han sido suficientes para este tipo de experiencias.
De estas y de otras muchas formas nacen los paraísos de los viajes improvisados.
Mi fiel aliado era un Sentra 2012, conocido por quien viajó en él como “el lujoso” o “el del fin del mundo”, primero por el año del que era, y segunda, por los rincones de México en donde llegó a rodar.
Después de jubilar al Sentra le tocó turno a un Onyx nuevecito de Hermosillo. ¿Qué más necesitaba?, un cable auxiliar para subir el volumen de la música al grado que nuestras voces no se escucharan.
Y así como elevábamos el ruido del canto, también lo hacíamos con el pedal para acelerar, tanto así que en más de una ocasión algún federal de caminos tuvo qué cumplir con su deber. Por ropa no hay tanta preocupación: un cambio para dormir, otro para manchar en playas, cascadas o cerros y uno cómodo para viajar era más que suficiente.
El último ingrediente, y el más importante: la compañía. Llámense primos, sobrinos, hermanos, padres, amigos de la escuela o colegas del trabajo, la consigna era disfrutar de la carretera, ir abierto a que cualquier cosa pudiera pasar y divertirse en el camino.
La primera parada, normalmente en la ciudad o en la caseta, era la de los suministros: un bonche de papas, galletas, algún panecito y refresco para el camino.
Cuando había presupuesto había qué retirar dinero del banco, y cuando no, complementábamos con atunes, un par de galones de agua, tostadas, servilletas y vasos desechables. Echábamos la gasolina necesaria, y con eso empezábamos el camino.
Andar por carreteras que uno no conoce es una experiencia única, más aún cuando vas a acompañado por de gente que ubica la zona y te va platicando qué hay en cada poblado, los acontecimientos que ahí ocurrieron y las anécdotas que tiene con las personas que son de ahí.
La plática puede ser de todos los matices: planeando escenarios del futuro, deshebrando conspiraciones y mitos o filosofando sobre cualquier tema que se ponga en la mesa, pero tampoco todo es seriedad, la gran parte del camino se vale reír por cualquier vivencia que se recuerde.
Entre la plática y la música, se van abriendo panoramas únicos. Entre ellos, me ha tocado ver una enorme nube empezando a soltar filamentos de lluvia durante una puesta del sol en el desierto en Sonora, y hermosas playas recorriendo los confines de Baja California Sur bajo el brillante sol del mediodía, me ha tocado magnificar kilómetros de un cerco fronterizo desde Aguaprieta a Tijuana y admirar impresionantes cañadas profundas y cimas de montañas que rascan el cielo en la sierra entre Sinaloa y Durango.
A veces el paisaje te lleva a contar innumerables cultivos de diferentes tipos en el valle sinaloense durante los amaneceres, apreciar una bahía con islas montañosas, disfrutar paisajes agaveros en Jalisco, o ver playas vírgenes donde en la arena se refleja el cielo en el estado de Michoacán.
Al acercarse a las ciudades, de pronto se vislumbran grandes edificios en el horizonte, de forma contraria, también puedes ir identificando poblados coloridos llenos de historia como los que hay en Guanajuato o fascinarte descubriendo restos históricos.
A veces se combina el paisaje costero a mano derecha con altas montañas a mano izquierda, contrastando con carreteras entre mangles donde parece que uno viaja por lugares perdidos, o caminos entre lagos donde las nubes y el sol, reflejados en la superficie del agua, que hacen sentir que uno está volando, similar a las presas de cortinas imponentes, cuyas aguas se pierden en el horizonte, entre cerros y el cielo.
En ocasiones hay paisajes donde las flores son las protagonistas, y a veces resalta algún evento donde participan ballenas, delfines o tortugas.
Y en cada parada uno puede probar algo delicioso. Cunado es de noche y no hay más qué hacer, la última carreta de tacos de un pueblito es más que suficiente para darse por cenado. A veces uno va sobre siembras famosas de ciertos rumbos, como las uvas de Caborca, las yacas y los mangos de San Blas.
Para desayunar en las playas alejadas de la ciudad, el marisco recién sacado por los pescadores es una excelente opción.
Tampoco me ha hecho falta el ocioso que quiere arrancarle hojas a las plantas de tabaco en Compostela, o quien tiene la imperiosa necesidad de disfrutar un “famoso” pay de plátano de un pueblito de la sierra. Más de una vez quedé más que satisfecho de la carne de Sonora, que en cualquier lugar es sencillamente exquisita, y si se me ofrece una caja de borrachitos en cualquier lugar de Jalisco, tampoco puedo negármela.
Y hablando de dulces, las cañas y los jugos de azúcar de alrededor de Nayarit también fueron algo innecesariamente delicioso mientras nos pegajosteábamos al probarlos.
Pero aún con comidas, plática y compañía, lo importante del viaje son las experiencias que se viven llegando al lugar. Después de instalarse en una casa de campaña, de simplemente estacionar el carro o llegar a una rústica habitación, y cuando hay suerte, a algún cuarto de hotel.
Las historias pueden ir de todo: ver tortugas desovar toda la noche mientras paseas por una playa donde la arena “llora”, subir un cerro y contemplar paisajes únicos, caminar por arroyos y encontrar cascadas que alimentan pozas de agua helada y cristalina en medio de temporadas calurosas.
Cuando no son temas de naturaleza, la historia a veces es conocer el proceso del tequila, desde que nace hasta que se embotella, explorar vestigios arqueológicos o apreciar la vida de un pueblo mágico, donde parece que el tiempo se detuvo.
Y cuando son urgencias del trabajo, también se encuentran los huecos necesarios para cantar Cielito Lindo una vez terminada la chamba, caminar de noche por las calles de pueblos donde la vida es más tranquila, o de ciudades donde no se descansa a ninguna hora, de pronto también hay chance pasearse por terracerías entre ríos y cerros o desviarse a una costa cercana para disfrutar de unos deliciosos mariscos a metros del mar.
A veces el motivo del viaje es, como dice mi abuela, “conocerle otro pedacito al mundo”: recorrer una nueva carretera por el gusto de conocerla o ir a un restaurante perdido en la nada, del cual ya escuchaste varias buenas críticas, y también en esas escapadas se aprende algo nuevo.
Los imprevistos también le dan sabor a estas aventuras: un cierre de carretera por el incendio de un camión, o que la aplicación de mapas no funcione, y termines llegando a un lugar “Agua Verde” en el sur de Sinaloa.
De pronto alguna descompostura del carro o del motor de la lancha te hacen perder algunos minutos u horas, donde aprendes básicos de mecánica. A veces las lluvias intensas te hacen detenerte por no poder ver más de cinco metros frente a ti, o los yaquis en las casetas se ponen bravos porque no llevas el famoso “boletito” que debiste pagar unos kilómetros atrás.
Y peor aún, a medianas horas de la noche un grupo de autodefensas en Aquila te detiene para preguntarte “¿qué hace un carro con placas sinaloenses a estas horas en Michoacán?”, para terminar, cerrándote de hombros para decirle que revise lo que tenga qué revisar y que ellos juzguen si representas un riesgo..
La aventura suele durar muy poco, pero las experiencias que se viven son bastantes. Al final, uno regresa a casa más cansado de lo que se fue. Pero el costo de haber experimentado este paraíso de los viajes improvisados, lo vale totalmente.
Que por cortos que sean estos momentos, la marca que dejan en uno se queda por mucho tiempo.