ESTAR EN EL ARROYO

El cuerpo descansa y la mente también, sabiendo ambas que se encuentran cerca de este paraíso: el arroyo.
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Has salido de la ciudad, y ya has recorrido un camino que puede ir desde poco más de treinta minutos hasta varias horas, donde la vista ha descansado de las tonalidades grises del concreto y el acero en la ciudad, cambiándolas por un cielo amplio, cerros altos y vegetación.

Si hiciste el camino lo suficientemente despacio, pudiste tener la suerte de escuchar el canto de las aves, o de ver a alguna liebre o tlacuache en el camino, hasta que finalmente llegas a ese lugar que será el refugio mientras estás en contacto con la naturaleza, desde una amplia hacienda por la que puedes pasear descalzo, disfrutando la frescura del lugar, hasta una discreta cabaña, con olor a humo de hornilla y madera húmeda.

El cuerpo descansa y la mente también, sabiendo ambas que se encuentran cerca de este paraíso: el arroyo.

Puedes ir tempranito, cuando el sol apenas sale, y sus rayos iluminan la tierra horizontalmente, desde un punto bajo del cielo, dibujando de color amarillo y blanco los bordes de los árboles y las ramas.

Si llovió el día anterior, se respira un ambiente húmedo, y el lugar reboza de vida, si es temporada seca, se pueden ver las huellas de los venados, armadillos y mapaches que buscaron agua durante la noche.

Hay arroyos donde durante las primeras horas del día, el panorama parece sacado de una película, con neblina entre los cerros y un frío por la sombra de las lomas, proyectada por la luz solar que aún no llega a la ribera.

En particular hay uno en Guadalajara, de aguas termales en el bosque de La Primavera, donde pasas de ese ambiente fresco a un relajante calor en cuestión de segundos.

Unos pocos minutos en las aguas de este arroyo son suficientes para alentar la respiración, aflojar los músculos del cuerpo, y borrar de la mente cualquier recuerdo preocupante.

Tras lo cual, el contraste de regreso a una temperatura helada fortalece a la persona que goza de tal paraíso.

En el corazón de Sinaloa, hay varios arroyos que desembocan en sus once ríos, mismos que, a lo largo del año, se distinguen del clima seco que los rodea, dibujándose como líneas de vegetación verde en medio de un panorama árido.

Es ideal quitarte los zapatos, y sentir la arenita entre los dedos de los pies.

El ambiente al bajar al cauce, generalmente seco, es más cálido, y sofocado, y los insectos se mantienen cercanos a su única fuente de agua.

Es divertido bajar a estos arroyos, con niños, y pedirles escarbar en la arena, y ver sus rostros de asombro cuando, tras escarbar unos centímetros, encuentran agua, esas mismas caras muestran incluso más sorpresa cuando tras un momento, el líquido sucio, se va tornando transparente, hasta parecer potable.

Recuerdo momentos en la transición a la adolescencia, pescando en los profundos charcos que se formaban en los puntos donde giran los arroyos, caminando por sus riberas cortando chiltepines y balsamines, o encontrando aguamas. 

Hay ciertos arroyos en Vallarta, que cuando desembocan en el mar, forman pequeñas playas vírgenes, de arena blanca, que no miden más de 20 metros de ancho, y escondidas entre los cerros que son golpeados por las olas marinas.

Aquellos que tienen mayor tamaño, forman pueblitos únicos, como Boca de Tomatlán o Quimixto, donde edificios adecuados a un relieve agreste tienen vista al mar y al arroyo, creando panoramas mágicos y exóticos, en los que a cualquier hora del día pueden detectarse nuevos detalles, entre los rústicos hogares y las veredas paralelas al cauce.

El ambiente de vacaciones permite disfrutar especialmente de estos lugares, combinando el plan de relajación con el ejercicio, permitiendo el disfrute de un coco o un buen marisco al terminar la caminata.

Cuando la temporada de lluvias empieza, uno puede tener la suerte de observar la forma en que la corriente crece, y un arroyo seco toma vida, cuando una pared de agua aparece de la nada, bajando el líquido vital que se llueve en distintos puntos de la sierra, y amenazando a cualquiera que se encuentre en el cauce.

Así, aunque no llueva en el lugar donde uno se encuentra, es posible ver cómo la tormenta en los cerros busca su camino al mar, recorriendo kilómetros por los riachuelos secos.

Particularmente en Los Cabos y La Paz, es magnífico ver cómo un panorama aún desértico, se ve de pronto inundado, recordando a todos los habitantes que la naturaleza siempre reclama lo que es suyo.

En cualquier sierra, se suelen encontrar también arroyos pequeños y rocosos, perfectos para hacer senderismo, que te llevan a cascadas y cañones imponentes, este tipo de lugares toman una vida especial durante el verano, cuando toda la vegetación brilla en tonalidades verdes.

Esta experiencia es especial cuando vas con amigos, y los recorres temprano, huyendo del agobiante calor mexicano.

Este tipo de trayectos combina la magia del cauce que fluye entre cerros, tallando altas paredes y formando profundas charcas de aguas transparentes, con vistas altas de la ciudad o de la naturaleza misma al terminar de subir el cerro, llegando al punto elevado en que se forma el riachuelo.

Unos momentos de calma permiten al cuerpo recuperar energías para emprender el camino de regreso, y si llevas la ropa adecuada, es una obligación darse un chapuzón bajo la cascada o en las pozas que se forman, de una temperatura muy baja en comparación con el calor del ambiente.

Para llegar aquí, uno puede transitar senderos peligrosos, al borde de un reliz abrasándose de troncos de árboles, o cuerdas y cadenas que algún valiente puso ahí pensando en los demás senderistas, dando un aspecto retador a este tipo de recorridos.

Sobran este tipo de arroyos, en Culiacán las Siete Gotas y san Antonio, en Cosalá Vado Hondo, en Vallarta Palo María y el Nogalito, lo mismo pasa en Mexiquillo, Durango y Huaxtla en Zapopan.

En el cauce, atardece más temprano, porque la vegetación que lo rodea y los cerros por los que corre, bloquean la luz del sol antes de que este se esconda en el horizonte.

El viento corre y el olor a humedad toma fuerza, y esa ahí donde se debe de emprenderse el regreso, sabiendo que, si hay que recorrer algunos kilómetros entre el bosque o la selva, es mejor hacerlo mientras haya luz. 

Al regresar al punto de salida, las piernas suelen sentirse cansadas, pero la mente se encuentra estimulada por todo lo que ha observado.

Entre los amigos y la familia se platica de la experiencia, dependiendo de la hora, después de esta actividad se puede comer, o tomar un café, o simplemente estirar las piernas y disfrutar de la naturaleza alrededor de uno.

Se vive una estimulación total de los sentidos, entre a mezcla de sonidos que incluyen el canto de las aves, el agua fluyendo y el viento agitando las hojas de los árboles, aunado a la proyección de luces y sombras que contrasta los rayos del sol con los reflejos en los charcos y los colores de la vegetación sumando el olor a humedad y el contraste del calor propio del ejercicio con la frescura de mojarse.

Es un paraíso único, que la naturaleza nos regala y nos permite una desconexión total del ajetreo y las prisas de diario, caminar y descansar en un arroyo revitaliza alma, cuerpo, corazón y mente.

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© José María Rincón Burboa

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