Dedicatoria: Para el Joven cineasta José María Espinosa de los Monteros.
Sabas El Tata, poco a poco fue saliendo del estado catatónico en que lo dejó la anterior jornada de placer y éxtasis extenuante que él mismo se regaló, como premio por haber convertido en reales, contante y sonantes su laboriosa siembra y más laboriosa aún cosecha de la adormidera.
Por fin, aquella noche interminable, angustiosamente soñadora; tocó los umbrales del amanecer y la madrugada con su aurora boreal hizo perdidizas las estrellas en el cielo.
Y el rocío, que refrescó los matorrales del breñal, que no alcanzó a escurrirse por las hojas de los arbustos cayendo a tierra en finas gotas atraídas por la gravedad: se fue evaporando como si fuera espuma de algodón y flotó hasta las cumbres del cerro convertida en tibia neblina mañanera; y la penumbra de la noche se fue escabullendo avergonzada al calor de los primeros rayos del sol de la mañana.
Y el Tata se fue despertando y al despabilarse, intentó acluquillarse, pero cayó de costado y fue detenido por la saliente de una roca en el borde del barranco. Con el cerebro todavía embotado, se dejó llevar con mansedumbre por el sopor de un nuevo y silencioso adormecimiento.
Tumbado y encorvado en decúbito lateral izquierdo; se quedó quieto, muy quieto con los ojos abiertos; solamente sus pestañas daban señales de vida y desde su consciente dejadez; consintió que su febril mirada vagara por la soleada lejanía, bañada por la luz de aquella esplendorosa mañana; iba hasta el fondo de la barranca; y parecía perderse allí en la “cañada de las cuichis”; escudriñándola toda, como queriendo mirar los reflejos del sol, rebotando en el casco de los guachos; al no hallar nada, barriendo la toma por el increíble y exuberante paisaje serrano: su mirada se fue de largo hasta las cumbres del cerro más alto y majestuoso; también el más cercano…“el cerro de la lista blanca” y detenerse ahí impedido por aquél, para seguir atisbando el horizonte.
Tumbado ahí, voluntariamente inmóvil; dejó que la saliva le escurriera por entre los pelos hirsutos de su barbilla desencajada. Parpadeó repetidas veces al sentir un impreciso temblor nublando su vista; y volvió a parpadear hasta tener claridad y certeza de que allá, en el azul del cielo; sobre las cumbres del cerro, se movía una inquieta y negra corona; formada por una gran parvada de zopilotes, que con las alas desplegadas realizaban un lento vuelo circular y, repentinamente, algunos de ellos se desprendían para realizar un vuelo de reconocimiento en los alrededores; en un patrullaje que se repetía de vez en cuando; con vuelos cada vez más rasantes sobre las copas de los árboles y de los cercanos matorrales, que venían a terminar; en breves aterrizajes y saltando sobre sus grandes patas, produciendo ruido éntrelos peñasco con sus resecas y filosas uñas; con las alas abiertas y su cabeza pelona de ojos saltones y avizores: repetían bruscos saltos al vacío abatiendo sus alas con violencia, en un ruidoso y frenético aleteo que provocaba oleadas de fetidez.
El viejo; al comprender su situación de aparente cadáver; palpó en su morral la vieja pistola calibre .44 y masculló entre dientes: Pinches Chopilotes ¡¿que se estarán creyendo?! No se me arrimen muncho pinches pajarracos porque los despedorro de un plomazo.
Un tanto impresionado por aquel dantesco espectáculo y porque no le quedaba de otra; dejó de hacerse él muertito y acicateado por la resaca de su anterior exceso; recordó el consejo del viejo Viviano, su padre ya muerto:
“Mira mhijito, cuando de placeres se trate; mídete, mídete muy bien; porque abusando del placer; no hay placer en el abuso”
Y sí, cuanta verdad había contenida en aquel dicho; porque lo que estaba sintiendo él ahora, se lo dejaba muy claro; en el pecado llevó la penitencia: se lo estaban llevando los demonios de la feroz cruda y necesitaba un trago, pero la Damajuana del mezcal estaba seca y como no había llovido en muchos días, pues no había ni un charquito donde abrevar.
Le entró la urgencia por salir de aquel breñal y cargando con toda su impedimenta, se echó a andar desesperado buscando donde apagar la sed; sí, aquella sed era desesperante y enloquecedora…
Al bajar con su moruca cargando por entre el güinolar; iba pensando, y repensando para no desfallecer; y llevándose a la boca todas las ramitas verdes que fue encontrando en su camino, para mitigar su sed.
De pronto, su vista descubrió una mancha de cacaraguas y sin pensarlo más se detuvo para saciar su sed con ellas y no paró de reventarlas en su boca; hasta que se tranquilizó y pudo seguir su descenso hasta el fondo de la cañada…
Una vez que llegó abajó, buscó una quebradita, descargó la moruca en el paredón de la oquedad y se echó a descansar a la sombra de una amapa en flor; ahí volvió a dormitar un buen rato; hasta que lo despertó un fuerte torzón en el bajo vientre y se levantó apurado con él esfínter a punto de perder su continencia; y sin ir más lejos, ahí mismo se bajó los pantalones y se acluquilló apoyando sus manos en el suelo frente a él; al comprender que las cacaraguas le estaban cobrando caro, el favor de haberlo refrescado, con aquel doloroso estruendo de las tripas y con aquella ruidosa defecación. ¡Aquello fue un verdadero cagadón!
Y así desfalleciendo por la sed y debilitado por la diarrea; continuó su camino de regreso a casa, sin soltar su moruca ni el morral donde llevaba las semillas de la adormidera.
Marchaba cabilante, cargando el juicio; pensando en preparar sus tierritas pá la milpa y el ajonjolí; que son el despiste obligado pá todos los siérrenos como él; que se dedicaban a la siembra de las amapolas.
Pensando y repensando que no tardarían en volver los tiempos de remontarse de nuevo pal cerro…
A sembrar las amapolas, porque es la única manera de juntarse con un peso, pá hacer un guardadito y pá hacerle el gasto a las necesidades; porque ya la siembra del maíz y del frijol apenas dan pá mal comer, y no se diga del ajonjolí, ese ya no hay quen lo compre, y los cañaverales que antes alegraban la ranchería con la llegada de la molienda; pos tampoco naiden viene ya por las panochas; y el aguamiel termina convertido en ron y la molienda en purititas borracheras… y pues la marmaja se ocupa muncho…
Y así, perdido en sus pensamientos:
Más cuando ya es tiempo de ir pa’alla pa’bajo, a ver al “Hombre” aquel, más pa’alla de Mocorito, más abajito, ya casi llegando a la costa; ya sea que se lo encuentre en Guamochil o tenga que ir hasta el merito Guasave; que’s onde él se la pasa más tiempo: pá tratar diretamente con él, y recebir de sus propias manos el antecipo de la temporada que viene.
Pá ir pues a la segura, y ansina tanto él como uno trabajamos más a gusto, más seguro pues.
Y de ese nuevo antecipo; de ese, no hay que darle cuentas a la vieja de uno; es pá uno nomás; pá traer con qué capiarse un cabronazo del gobierno; y pal parque que uno quema; pá ajuariarse uno pues y tomarse un buen licor; y pá retozar con alguna plebona, de esas que hay pa’alla.
De esas que son reinas del burdel; trensudas y con buenas agarraderas, con unas pestañotas de tejaban; con tamañas uñas y trompa de pitaya madura… y con unos ojazos de papel volando, que cuando te miran te queman como el sol:
Más resbalosas que un pescado enjabonado; pero que nomás ven a éste Yaquesito Güero bien ajuariado y acompañando al patrón; luego luego, malician que uno se trai su buena feria y después de unas cuantas medias: nos vamos pal cuarto y a lo que te truje chencha; ¡yuya ju jua! ¡Y no te arrugues cuero viejo, que es el último estirón!
CONTINUARÁ