Lluvia de verano

Un estruendo atenuado se escucha a lo lejos: ¿fue un relámpago?
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Ese calor, no es como el que le gusta a los extranjeros, este es un calor pegajoso y pesado, lleno de humedad. Hay un nublado imposible de encontrar en otros lugares, nubes esponjosas y muy grandes, blancas y limpias, que muchas veces parecen reflejar la luz, ellas, acompañadas por esa mínima brisa tan escasa a lo largo del día.

Todo se ve inundado por esos brillantes y calientes rayos del sol que se intensifican a grado de infierno al mediodía, cuando ese cielo limpio y azul, que le permite llegar al suelo, mismo que refleja esa luz en un verde que te deja completamente ciego, forzándote a entrecerrar los ojos.

Pero pasado el mediodía, volteas al este, y entre la sierra distingues que esas nubes enormes que sombreaban los cerros, han cambiado su ánimo a uno más sombrío.

Cada vez son movidas con mayor velocidad y a menor altura por ese viento ahora violento, que te refresca, a ti y al ambiente, que arremolina todo en medio de tonos grises y que trae consigo ese aroma a agua. Y el azul empieza a desaparecer

Un estruendo atenuado se escucha a lo lejos: ¿fue un relámpago?, sientes dos o tres minúsculos, mínimos piquetes helados. El suelo se empieza a puntear oscuro.

Y esa bella fiesta inicia.

Ese ligero ataque de las gotas contra el suelo ahora se enfurece, y se combina con el sonido del soplido del viento y con el de millones de gotas golpeando contra un suelo humedecido que forma charcos, generando una canción hermosa, y si tú te dejas arropar por esa melodía, revives.

A esa sinfonía se le unen los sapos, los grillos y las chicharras. Asustados, aquellos pájaros que antes revoloteaban con calma ahora pelean inútilmente contra la corriente de aire y terminan sobre las ramas del árbol más cercano, y se detienen, para disfrutar de aquella maravilla en vez de combatirla.

Con ese espectáculo se empiezan a oír muy de vez en cuando algunos golpes secos: son mangos, que han caído para disfrutarse en ese frío momentáneo. Desde la terraza se disfruta de todo ello.

De pronto, rayos se escuchan en distancias muy cortas e iluminan todo con ese fulgor momentáneo. Y la electricidad se va. 

El tiempo corre, y en contra de la voluntad de todos, los relámpagos se van alejando, y el viento afloja, mientras la llave del cielo se cierra. A lo lejos se oye un rugido que prevalece varias horas más.

Tras dejar pasar unos minutos, mientras la escasa luz gris del crepúsculo intenta llegar a la tierra a través de las nubes que aun revolotean en el cielo, los pájaros reanudan sus cantos y sus vuelos, dándose un festín de los millones de insectos que cantan una misma canción al tiempo que salen de sus escondrijos a ver la belleza del paisaje.

Es también en ese momento cuando la araña contempla diamantes redondos en su telaraña de plata. 

Pero al fondo de la melodía hay un bajo, constante, y agradable. Te vas acercando a lo que se transforma en un rugido, y distingues que es ese arroyo que corre de forma caudalosa.

Tras admirar esto, vuelves tras tus pisadas marcadas en ese lodo encharcado, que se masajea entre los dedos del pie y refresca. La oscuridad y la sinfonía de la naturaleza se unen para reinarlo todo.

Elevas la mirada y vez que las nubes nuevamente se reúnen, organizándose para otra fiesta. Los rayos las iluminan, y las luciérnagas les responden, creando un espectáculo de luces.

Cenas mientras caen pequeñas gotas, que no se distingue si son últimas o primeras, arrullado por ese canto del monte y escuchando a lo lejos ese cencerro, ese caballo, ese motor lejano, ese mugido o ese chiflido humano, caes dormido, en medio de ese calor que intenta volver pero pronto es vencido por las ráfagas de viento que van y vuelven.

Pero cuando despiertas ha vuelto el calor sofocante, interrumpido de vez en cuando por imperceptibles soplidos. Mientras desayunas en ese calor, que ya se acompañado de una luz cegadora, aprecias el nuevo cielo, se ven venir desde el este nuevas nubes para continuar la fiesta del día anterior.

En medio de ese cegador reflejo verde, llegas al arroyo que corría caudaloso unas horas antes. Se oye como si una enorme gota cayera sobre la ahora ligera corriente, era una tortuga, que al verte decidió esconderse de ti.

El agua que corre por el cauce es calmada, y transparente, formando un espejo perfecto en el que se refleja la cegadora luz de finales de julio. Ahí, los peces bailan, y disfrutan de la fiesta del día anterior.

Ese es el paraíso de la lluvia de verano.

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