La tragedia del Gordo Melitón

Te fuiste Milton, pinche Marrano. ¿Qué fue lo que te aceleró, cabrón? ¿Las hartadas de carne asada y la cheve?
BBANG
Sinaloa Seguridad Alimentaria

Cuento.

Cirilo Pineda, auxiliar del archivo de la Fiscalía General del Estado –FGE-, leyó la ceja de la carpeta que contiene el expediente: Melitón Paredes Muro, nació en El Carrizalejo, sindicatura de Costa Rica, Sinaloa, en el año de 1978, murió en Culiacán en noviembre de 2017.

-Un momento por favor, señora. Enseguida le doy su copia. Dijo Cirilo y desapareció en una puerta interior de la sobria oficina, ante la mirada resignada de la mujer. Al minuto regresó metiendo un legajo de hojas copia en una carpeta, se las entregó a la señora que vestía de negro.

-Gracias. Dijo ella con una voz apenas audible, salió con paso lento y la vista gacha. Pineda la vio perderse al cerrar la puerta, luego abrió la carpeta para ver en la primera hoja del expediente original, una  fotografía tamaño credencial:

-Te fuiste Milton, pinche Marrano. ¿Qué fue lo que te aceleró, cabrón? ¿Las hartadas de carne asada y la cheve? ¿O las rayas de perico? Eras bueno pal bloff, pinche Gordo, pero con el Flaco ese, te la pelaste Wey. 

Volteo a ver la fotografía  en el marco de caoba; la mirada del Gobernador se aprecia serena y una leve sonrisa. -Usted lo sabe mi Gober, hay cada cabrón aquí en la Efe,Ge, ¿no? Todos los patrones que hemos tenido han sido cabrones, pero éste, el llamado Señorón del sombrero, se los lleva a todos. 

¿Verdad que sí, mi Gober? Todos los anteriores han sido unos angelitos…

¡Nooo! Si yo le contara. Este pinche Marrano del Milton, hacía cada chingadera, y eso que nomás era director de la sección de investigaciones. Siempre estaba presumiendo, de que el Señoron era su cuate.

Y que él, en el Rancho del palmar llegaba como a su casa; que el Señoron lo trataba como su amigo incondicional, y… -¡Cirilo! ¡Qué pasó con el expediente! La apremiante voz le llegó de una oficina contigua. -¡Enseguida se lo llevo, jefe! 

Jorge Luis Duran, de pronto fue sorprendido por el agudo pitido de la sirena de una patrulla y las luces rojo y azul que danzaban envolviéndolo.

Bajó la velocidad de por sí lenta de su auto, incrédulo aún, escuchó:

¡Oriillese a la orilla! ¡Orillese a la orilla! Detuvo su Nissan 95 con palanca al piso.

Por el retrovisor miró como un agente bajaba de la patrulla mientras otro se queda al volante. -Su licencia, señor. -¿Qué pasa? -Su licencia. Repitió el policía con voz autoritaria y gesto duro. -Aquí la tiene, señor agente. ¿Me puede decir porqué me para? -Venía a baja velocidad. -¡¿Qué?! 

-Esta es una vía rápida, lo mínimo de velocidad son sesenta kilómetros por hora. -Disculpe usted señor agente, pero no creo que transitar despacio sea una falta. -En esta vía rápida, ¡claro que lo es! Pero eso aléguelo allá en la delegación. Aquí tiene la boleta, me quedo con la licencia. -¡Oiga! Pero… El agente dio media vuelta y se marchó.

 -¡Me lleva la chín… ¡Esta es la tercera multa en lo que va de la semana! Eso decía, cuando otro agente frenó su motocicleta tapándole el paso, bajó del vehículo y se acercó a Jorge Luis con gesto amenazante. -Sus documentos, señor.

-¿Y ahora qué? -¿Cómo que qué? Su licencia y tarjeta de circulación. -¡Oiga! Pero apenas hace unos minutos un compañero suyo me acaba de multar, ¡mire! Jorge Luis le mostró la boleta de infracción. El agente con aire indiferente. Responde:

-Está prohibido estacionarse aquí, es una vía rápida. -Pero es que… ¡Yo no estoy estacionado! … Yo, -¿Qué? Mire señor,  no estoy para escuchar tonterías, deme su tarjeta de circulación. -¡Oiga! Pero… -Vaya a la delegación, allá alegue lo que quiera.

El agente le aventó la boleta de infracción y enseguida partió veloz en su motocicleta. -¡No puede ser! Dijo golpeando de nuevo el volante.

Segundos después, el lejano ulular de una sirena lo alertó, por el retrovisor vio las clásicas luces alarmantes de que iban hacia su dirección, de inmediato encendió el motor y al accionar la palanca de velocidades, el auto tembló demostrando el nerviosismo de su conductor; luego se perdió en la mancha de autos de aquella hora pico.

-“Dios no está ni con los malos, ni con los buenos, pero porque tienen las armas; está con los Serrasenos”.

-Jóvenes. Esta fue la frase con la que Poncio Pilatos se sustentó, para convencer a Jesucristo se doblegara ante los jueces Romanos. –Que tonterías estoy diciendo, mejor aquí le paro– -Jóvenes. Es todo por hoy; pasado mañana me traen una sinopsis de La Divina Comedia.

-Que le pasa al profe Pirulin. Comentan dos alumnos. Dice cada pendejada. -Sí, en estos últimos días parece que anda en las nubes. Seguro es que una chava lo trae ondeado. 

Jorge Luis Durán, alias el Pirulín, se quedó en el salón, con la vista clavada en el piso, instintivamente sacó un cigarrillo y lo encendió, dio una profusa fumada, expulsó el humo y vio como se escapaba por las ventanas rotas del salón.

-¿Qué me pasa? Los pinches tránsitos me están haciendo perder el control. ¡Seis multas en cuatro días! No me alcanzará la quincena para pagarlas.

Rumiando entre dientes salió del salón de clases, cruzó los patios de la facultad, que a esa hora, las siete de la tarde, esta llena de alumnos que charlan en corrillos.

Sumergido en sus pensamientos el profesor de literatura, ni cuenta se  dio de los saludos de algunos de sus compañeros que lo miran extrañado por su inusual lejanía. Llegó hasta su Nissan 95 con palanca al piso, puso en marcha el motor y enfiló hacia la salida, al tomar la ancha avenida de las Américas, el aire fresco lo animó; iniciaba el mes de octubre y el calor empezaba a despedirse.

El recuerdo de Julieta lo hizo sonreír, animado eligió un CD de Andrea Bochelli.

-Pasaré por ella. Se dijo y aceleró. Apenas había cruzado los linderos de la calle nueve, cuando el pitido agudo de una chicharra policial le atravesó los oídos, al voltear lo impresionó una cara gorda y prieta, cuya boca bordeada por tupido mostacho le ordenó:

-¡Párate ai! Jorge Luis frenó al momento y en segundos se vio rodeado por seis que lo encañonaban con armas largas; de las llamadas para uso exclusivo del ejército.

Sorprendido, con las manos al volante escuchó: -¡Bájate cabrón! La voz era del prieto que también lo mira con ojos saltones.

-¿Qué pasa? -¡Bájate Wey! ¡Estás detenido! Afirmó el policía mostrando una placa, mientras otro abría la puerta del Nissan, el prieto jaló a Jorge Luis para subirlo en la camioneta policial. -¿Pero qué pasa? Señores, por favor… Dijo con un ligero temblor por el miedo; no terminó la frase porque del cinto y el cuello de la camisa fue levantado, como un fardo fue aventado a la caja de la camioneta.

Alzó la cabeza y gritó -¡Soy el profesor Jorge Luis Durán, me están secues… -¡Cállate cabrón!  Un agente  lo empujó contra el piso de la camioneta, mientras otro le ponía  una bota sobre la espalda. Con voz entrecortada pedía explicaciones, pronto quedó en silencio pues lo amordazaron y le taparon los ojos con cinta adhesiva.

El ladrido de un perro le anuncia que han llegado a su destino;  cogido del cinto por el  agente prieto lo baja de la camioneta y lo obliga a caminar.

Trasponen dos habitaciones y es empujado por un tercero; al recargarse en la pared, Jorge Luis la siente áspera, se trata de una construcción sin terminar. -Puedes gritar lo que quieras, Compa; nadie te va oír, y si puedes escapar hazlo. Dijo riendo el agente, mientras le quitaba la cinta adhesiva; luego cerró la puerta y escuchó el giro de una llave en la chapa.

Al quedar solo, Jorge Luis se soba una hinchazón en el pómulo derecho, producto del aplastamiento de la bota  del policía; resignado se sienta recargado en la rasposa pared; un sonido muy peculiar lo detiene. –Es una lagartija chupona. Se dijo, aguza el oído y al descubrirla la sigue.

Allí está, entre la junta de mezcla que une los ladrillos. La observa y de pronto se alerta al ver como se desplaza. Eso lo hace analizar lo último de sus andanzas, trata de encontrar una explicación.

De mis alumnos no espero venganzas, he sido claro con ellos, los ayudo, soy exigente con las tareas pero…no, con ellos no hay broncas. De mis acreedores, a quien más le debo es a doña Panchita, pero creo que ella solo me hubiera dado un purgante en la comida, para llevar a cabo una posible venganza.

Chon, el librero, está casi ciego y es incapaz de matar una mosca. ¡Elena! ¡Sí! Tal vez ella sí, una vez me amenazó, pero ¡carajos!, quería amarrarme por el Civil. Le dije que me gustaba, que la quería, pero no tanto como para sacrificar mi libertad.

¡Eso Jamás! Su rostro cambió al escuchar el picaporte. Miró el reloj, ya habían pasado dos horas. Se levanta tenso. Al primero que ve entrar fue al prieto, seguido de un gigante, gordo y sudoroso que inundó el cuarto con su  peste a sudor acedo; sintió repugnancia al borde del vómito. El tercer hombre, es el mismo que le puso la bota en la espalda.

EL Gordo ha quedado flanqueado por sus agentes, por un instante mira al secuestrado y sin quitarle la vista, reclama a sus subordinados: -les dije que no me lo maltrataran. -Bueno jefe… -¡Silencio! Luego hablamos. Jorge Luis siente que se le  bloquea la respiración.

¡Cómo apesta, este pinche hipopótamo!  -Soy el comandante Miltón Paredes Muro. Dijo El Gordo con voz golpeada y ojos enojados. Jorge Luis le sostuvo la mirada. -Soy el comandante Miltón Paredes Muro. ¿Sí entiendes, o te haces pendejo? -No señor, no entiendo. 

Quisiera saber porqué estoy aquí.  Y qué quiere de mí. -Por lo visto, eres lento para entender señales, te estuve atosigando con mis colegas de Transito, pero no te diste por enterado. -Sigo sin entender señor. -Yo fui marido de Julieta, ¿nunca te lo dijo? -¿¡Marido de Julieta!? La sorpresa lo pone nervioso, lo enoja pero reacciona.

-¿Y eso que tiene que ver? El comandante lo mira y Jorge Luis entendió el mensaje de su mirada.

-Bueno, ella me dijo que había tenido tres maridos y como veinte amantes, pero repito, ¿eso qué tiene que ver?

-¡Cabrón! ¡Tiene que ver, y mucho! ¡A mi ningún wey me raya la libreta y vive pa´ contarlo! -Pero si Usted lo ha dicho, señor.

Fue su marido, ya no lo es, lo suyo ha quedado atrás. El comandante lo mira incrédulo, mientras Jorge Luis deduce: -Sí, este pinche cerdo hediondo está errado, cree todavía, que Julieta es de su propiedad. Y ahora  que me doy cuenta.

¡¿Cómo es posible que ella haya tenido que ver con un marrano como este!? ¿La verdad? No lo entiendo. -Mire señor, en todo caso, si algo tiene que reclamar, trátelo con ella. -¡Yo sé lo que tengo que hacer, pinche Pirulín! -Así te dicen, ¿no? Y debe ser por lo flaco, ¿no? ¿Y sabes qué? -Te voy a dar en la madre, cabrón. Jorge Luis dio un salto hacia atrás.

El comandante suelta la carcajada y con ella su aliento fétido. 

–Pa´ que veas que no soy ventajoso. Te daré la oportunidad de que te la rifes conmigo en un duelo a balazos. -¿Duelo a balazos? No lo dice en serio, ¿verdad? Dijo Jorge Luis tapándose discretamente la nariz. -¡Claro! Que lo digo en serio, Pirulín.

-Dígame señor. ¿Cuantos años tiene de servicio en la policía? -Veintitrés años, ¿por qué? Contesta el comandante con cara de sorpresa.

-Con el debido respeto señor, me sorprende, que teniendo tanto tiempo en el uso de las armas, usted rete a balazos a un tipo como yo que nunca ha tenido que ver con ellas.

Creo que eso, no es digno de un comandante. -¡Ah! ¡¿Eso?! Por eso no te preocupes, Pirulín, desde mañana tendrás un instructor pa que te enseñe el manejo de la pistola; el duelo será con pistola, practica, y cuando te sientas listo, me avisas. ¡Ha! ¡Pero que no pase de diez días! Antes de ese tiempo… ¡Nos daremos de balazos Pirulín!

Las practicas le son interesantes a Jorge Luis; el teniente Chavira, un chilango que se las sabe de todas todas, en el conocimiento y manejo de armas, está contento; entusiasmado con las habilidades del profesor de literatura.

-Con el entrenamiento que te estoy dando, lo dejarás como coladera; esa bola de cebo es lenta y torpe. Asegura.

En la corporación policial, la noticia del duelo ha opacado todos los chismes, los del beisbol, el fútbol y hasta lo reciente del súper policía corrupto que están enjuiciando en Nueva York. 

-En siete días me he convertido en un experto armamentista, y mejor tirador; ahora sé cómo funcionan las pistolas modernas, no tienen tornillos, son puras piezas de ensamble y ya he bajado del minuto en desarmar y concertar una Beretta 9mm. ¡Es una chulada de arma! Estoy listo para enfrentar al panzón.

Así de seguro se siente Jorge Luis, en el octavo día de entrenamiento, y contento porque los agentes de tránsito han dejado de molestarlo, sus clases y su comportamiento con los alumnos en la escuela de Filosofía y Letras, han vuelto al ambiente cordial y alegre. 

-¡Estás listo! Chavira, le dijo a Jorge Luis dándole una palmada. Ya puedes hablar con el Miltón. 

Jorge Luis se presentó ante el comandante y le dijo:

-Estoy listo señor, el duelo puede ser el día y hora que usted señale.

 -No, no te alteres, pinche Pirulín. Dijo el comandante con una sonrisa entre amable y forzada. -¿Por qué no me lo habías dicho, cabrón? -Dicho ¿qué? Comandante. ¡Pues que eres primo del Chapo Duran, cabrón! ¡El Chapo es mi cuate, tú lo debes saber! Dijo con voz sonora y sin dejar de sonreír.

-Se me hace comandante, que usted es un cobarde. El comandante puso cara de sorpresa, se levantó  de su asiento y cambió el semblante por otro de enojo y preocupación.

-No, no chingues Pirulín, ya supe que ¡eres un cabrón a todo dar! -Anda, échate un pericazo. -¡Para nada necesito de esa mierda, pinche Panzón! No chingues Pirulín; ¡Vengan esos cinco!

Es más, déjame darte un abrazo cabrón. Dijo sonriente el comandante adelantando un paso. -¡Que abrazo, ni que madres, ahora me cumple comandante! ¡No le saque al duelo! -No, no quiero hacerte daño, contestó el comandante con cara de incrédulo y preocupado; con los brazos abiertos avanzó dos pasos, pero Jorge Luis lo detiene con un grito: -¡Ni madres, pinche panzón! 

Dejó de avanzar el policía, pero hizo un leve movimiento que hizo creer a Jorge Luis que echaría mano a su pistola, y éste, con un rápido movimiento se la quitó de la cintura, una escuadra calibre 45 y, con sobrada agilidad lo empujó cayendo el Gordo sobre su silla con ruedas y se desliza; en ese instante intercambian miradas, Jorge Luis con ojos endemoniados y el comandante con ojos de sorpresa, se estrella contra la pared y rebota cayendo al suelo con un grito lastimero.

Atraído por el ruido, el Teniente de guardia abrió la puerta, pero al momento siente el cañón de la pistola en la frente. -¡Cierra la puerta! Le ordenó Jorge Luis. El comandante desde el piso, con gruesas lágrimas que se confunden con asquerosos mocos que en torrente escapan de su nariz, abre la boca con muecas grotescas.

-¡No, no me mates! ¡Todo fue una farsa pa´ alejarte de Julieta! ¡Te puedes quedar con ella, Pirulín! ¡No me mates, ten piedad! Suplica llorando el comandante  temblando de miedo. Seguro de la situación Jorge Luis ordena: -¡Cállate, puerco asqueroso! Ahora, usted Teniente.

Es testigo de que su comandante, está dispuesto a batirse a balazos conmigo. -¡No! No…yo… no pue…do… Yo.  El comandante empezó a toser, a dar manotazos entre convulsiones violentas. Lo rojizo de su semblante que luego fue lila, manifiesta los estragos de un fulminante ataque al miocardio.

Los esfuerzos de los paramédicos que al momento llegaron, gracias al oportuno aviso del Teniente, no dieron los resultados suficientes para volver a la vida a aquella montaña de carne.

Un mes después, en el auditorio de la FGE, Cirilo Pineda está atento al tema que expone Jorge Luis Duran ante un público interesado en el Coloquio sobre la Novela Negra. “-Carlos Fuentes, sostenía que el novelista nos inventa un mundo irreal para compensar lo escatológico que es la vida verdadera; lo más de las veces incomprensible…

 –Eso es cierto. Deduce Cirilo mirando la foto del policía difunto. –¿O no, pinche Gordo? 

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Big Bang Fondo Negro

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