Presas de una dulce embriaguez, salen de Jazz Bar y entre risas y exclamaciones de alegría, se trasladan a la salida sur del Hotel San Marcos, que da a la calle Juan Carrasco.
Ya en la banqueta caminan rumbo a la esquina con Bulevar Madero; van cantado, Don Pepo lleva la primera voz y ellas adivinando la letra, van en coro:
<< ¡Y a mííí, me gusta el, pón pírín, pn pón; de laaa botella, él pam, pararam pam pam… con él pín, pírín, pín, pín, con el pam param pam pam; él qué no beba vino, será un animal, ¡será un animal!>> pero antes de comenzar la segunda estrofa de tan alegre canción; Don Pepo a creído mirar, que, entre carcajada y carcajada:
¡Ellas se van apapachando y, besando en la boca! Y acelera el paso pensando que ellas, van excitadas, que solo así desfogan su loca calentura.
Se anima y con mejor timbre de voz reanuda la francachela << ¡y… ya tengo yo escrito, en mi testamento, que me han de enterrar; que me han de enterrar!: ¡con una botella repleta de vino y un! ¡racimo de uvas en el paladar… en el paladar!
Y entusiasmándolas grita a voz en cuello: ¡Aguas de las verdes matas! ¡Tú me tumbas, tú me matas! ¡y me haces andar a gatas! Y ya en el interior del corredor, de la casona de Zulema, bajo el portal del patio central: lanzó su grito de guerra: ¡Úpi y ápa! ¡Me dijo una de Escuinapa! ¡¡este tiburón del agua; la pura espinita saca!!
Y pocos minutos después se escuchó un ruido característico y, un corcho voló por el aire y una espumeante botella del Casillero del Diablo, pasó de mano en mano y de boca en boca, a la que siguió otra y otra, sin lograr apagar la sed de sus gargantas, ni sosegar las frenéticas danzas, de cuyas contorsiones, a Don Pepo le quedó para siempre ese dolor de ciática que no le permite hacer bien sus rutinas de trabajo.
Mientras él baila, y se contorsiona como un poseído en celo; va a la cocina en busca de otra botella: las dos maduras y cachondas mujeronas; se han desnudado y corretean a Zulema, por toda la recamara, jalándole la ropa.
Al final la arrinconan, la atrapan y logran desnudarla, y quitándole las bragas; se dan con ella, un tremendo y sensual agarrón, de besos, lamidas y relamidas; ¡todo un festín lésbico!
El Pepo; que ya regresa de la cocina, con un puro encendido en la boca y una botella de tinto en la mano: se detiene al mirar el reguero de lencería y queda pasmado; ante aquel aquelarre desenfrenado:
Al reaccionar; se lanza sobre ellas y empieza a repartir besos, lengüetazos y chupetones; convertido en un macho cabrío.
Después de un buen rato de majarse con ellas; y sin haber conseguido la satisfacción plena de sus ansias; con la libido excitada a más no poder; las mira que extenuadas, empiezan a retirarse rumbo a la recamara contigua; entonces; él se abraza de Zulema pidiéndole por el amor de Dios, aunque fuera un placebo de amor, que calmara su lujuria desbordada. Ella, cómo una leona; ahíta de placer, y obnubilada por los efectos del vino: se dejó hacer, sin participar en aquel acto de entrega suprema, que Pepo tanto estaba deseando…
Pero ella, satisfecha, se fue quedando dormida y su cuerpo quedó tendido sobre la cama; lacio, y, lánguido… Pepo; insatisfecho y excitado aún, cómo un gambusino, ávido de placer: no puede contenerse y en la penumbra; primero agazapado y después a gatas; se fue acercando a la recamara donde Esmeralda y Remedios; reposan tumbadas en la cama, en toda su espléndida y prometedora desnudes; que en la penumbra de la madrugada, rasgada por la filtración de unos traviesos hilos de plata; se ofrecen a sus ojos, con un gratificante y perturbador espectáculo.
Titubeante, libidinoso e inseguro, se fue aproximando a la cama, afiebrado; se hincó en la alfombra: la piel blanca, mórbida y sensual de Remedios, que es la más próxima; queda a su alcance.
Los cuerpos de ellas, una detrás de la otra; reposando de cucharita, como si fueran replicas una de la otra: en decúbito lateral derecho. Sudando erotismo, toda una carga apetitosa de sensualidad.
Él, alargó sus manos temblorosas y la tocó primero en el hombro izquierdo, y al contacto, escuchó sus labios gemir; y anhelante, deslizó su diestra por la tersa piel de su costado, hasta donde su breve talle de alabastro; perdió el nombre y se prolongó en la exquisita curva de su opulenta cadera; ella, pareció temblar bajo el calor de la febril caricia; entonces él, más animado, ya no pudo resistir, ¡y la beso en el hombro!: la beso en la nuca, la beso en el cuello, y acercando sus labios a los de ella; los rosó suavemente, pero al sentir su consentimiento:
¡La beso con gran pasión! estrujando sus labios en un beso asesino y animal; y ella, voluptuosa; lo engarzó poderosamente con su brazo izquierdo; aprisionándolo por el cuello.
Pepo tembló de lujuria, incapaz de controlar su golosa lascivia, convertido ya, en un torrente invasor; ¡no resistió más! dejó flotar su mano, estirando su brazo derecho, alcanzó a tocar la cadera rotunda de la exuberante Esmeralda y ella, le acarició el brazo peludo y erizado:
Pepo en el paroxismo de la hipersexualidad, de su satirismo desbocado: abandonó el marfil de la piel de Remedios y dándole la vuelta a la cama; sin más preámbulos, hundió su rostro en la entrepierna de la diosa morena; lo hundió hasta alcanzar resonancia de alas; de la mariposa enamorada, que habita en su cuevita del placer; y al escuchar gemidos de gata en celo: se atrevió a atisbar hacia arriba con sus ojos de lagarto cebado; entonces pudo ver, como ellas se besaban; entreverando sus cabelleras alborotadas y enroscando sus brazos en un contraste asombroso y retorcido de ébano y marfil:
Entonces él, decidido al fin a desahogar de una vez por todas su irrefrenable apetito sexual: salió de su cueva de placer y abordando a Esmeralda por las caderas, la jaló hasta el borde de la cama; para ponerla al alcance de su implacable virilidad, ella; se dejó llevar suavemente, entonces él, comenzó el abordaje con todo el protocolo, que la situación le estaba reclamando.
Según su vasta experiencia amatoria, aquel momento requería: ¡el desempeño de un maestro!
Ella, la exuberante Esmeralda; sin soltarse por completo de Remedios, giró sobre su lado izquierdo, y le ofreció temblando su carnosa “resonancia del placer”; él; Don Pepo, a sus años, aunque ya estaba como un toro de lidia en el segundo tercio; se dio tiempo para lucir su trapío: e inclinando su morrillo, buscó de nuevo en aquella jungla púbica; la resonancia del placer y resopló dentro de ella, su con sus belfos despiadados, el ardiente fuego de su respiración:
Entonces ella, encogiendo sus largas y poderosas piernas; se le ofreció con toda plenitud; y fue entonces cuando él viejo semental, ciego y enyerbado; ¡¡embistió!! confiado en el galleo: cayó en el engaño, sin advirtió los trastos de la matadora… Porque ella, tan pronto sintió sus avasalladores pitones:
¡Respingó con insospechada violencia! lanzando al acalenturado Don Pepo, contra la pared, donde se dio tan tremendo cabezazo: ¡que quedó aturdido!…
Después sobrevino una marabunta de manotazos, empujones y patadas que cayeron sobre el sorprendido y frustrado Don Pepo, seguidos de una histeria colectiva, a la que se sumó Zulema ya despierta.
Todos desnudos formaban un cuadro esquizofrénico y sodomita; que ni las Tres Gracias Desnudas, vapuleando al Dios de la Guerra sin armadura; podrían haberse igualado.
Desnudo, aturdido y superado en número, él pobre viejo Don Pepo, estaba siendo empujado por el corredor, rumbo al zaguán, con la aviesa intención de expulsarlo a la calle, sin ninguna consideración.
Él, al percatarse de lo que le esperaba; se imaginó verse en pelotas en plena calle; ¡en pleno centro de Culiacán! y eso le bastó para sacar fuerzas de aquella desventajosa e inverosímil contienda.
Con su noble figura totalmente descompuesta, con el rostro congestionado y con los pelos de punta:
Lanzó un par de gritos fenomenales y soltando patadas y mordiscos sin control, cómo un loco; lanzando puñetazos a diestra y siniestra: en unos cuantos minutos, logró poner fuera de combate a aquellas hombrunas, borrachas y rijosas, que se le habían negado de tan mala manera.
A cómo pudo y aprovechando la ventaja momentánea que había logrado conseguir: buscó su ropa y se vistió a toda prisa y con los zapatos Flexi en la mano, ganó la calle antes del amanecer…
Que si se espera, la locura hubiese alcanzado grandes proporciones; porque al aparecer los murciélagos; se hubiera celebrado aquél ritual satánico del combate a muerte con los felinos, que ya rondaban por ahí, maullando por los alrededores, y esperando sus presas… otra hubiera sido la historia por contar…
Don Pepo en franca retirada, a pesar de ir ensimismado, pensando que no volver jamás, ni por la feria por aquellos lugares… cruzó el bulevar Madero sin detenerse en el camellón; dejó atrás el oxxo, y la menudería que ya estaban abiertos al público, sin voltear siquiera.
Pero antes de llegar a su casa, mientras que la brisa de la madrugada, le despeinaba las canas, le refrescaba su rostro, y le aclaraba la mente.
Lastimado por la soquetiza recibida; sintió que algo perturbaba el ritmo de su franco paso de retirada; atemperó su fingido donaire de vencedor, bajando la vista, descubrió con asombro: ¡que eran sus calzoncillos! ¡Que se le iban saliendo por una manga del pantalón! En las prisas por vestirse creyó haberlos perdido.
Y volteando a todos lados, se agachó a recogerlos y guardándolos en su bolsillo, y se apuro en paso marcha para llegar a su casa antes del amanecer… y evitar ser sorprendido, y… reprendido por su mujer en plena banqueta…