Al borde de un vaso de cristal

“Los hombres no lloran” rezaba el lema para todo aquel nacido entre 1940 y el 2000.
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Históricamente se ha visto la sensibilidad como una signo de debilidad, algo que debe de desterrarse, preferentemente no deseable, a la que se debe de alejar lo más posible si uno no quiere verse descubierto desnudo ante los demás y sus ojos de reproche.

Particularmente, se relaciona este concepto con el sexo femenino, señalando que es una de las distinciones de dicho género, lo que lo separa de su par masculino, que debe (o debería ser): impoluto, apacible, equilibrado, fuerte, ganador, proveedor. Según la óptica feminista, a este fenómeno se le conoce como Masculinidad Hegemónica, que perjudica tanto a hombres como a mujeres por igual.

Ser sensible siendo hombre no es algo sencillo, porque la carga histórica que el tema trae consigo mismo resulta muy fuerte de retener. “Los hombres no lloran” rezaba el lema para todo aquel nacido entre 1940 y el año 2000. Es cierto que la carga no solamente es social, es retórica también.

Esta se refuerza con comentarios pasados de generación en generación en todas las familias mexicanas y de países del norte global. Se nos enseñó a ocultar nuestros sentimientos y sensaciones, para detrimento de nosotros mismos los hombres. Se nos dijo que esos eran atributos esencialmente femeninos y que revestirse con ellos debía ser razón de vergüenza interna y externa.

Además, en el 2023 ser una persona sensible contraviene la positividad tóxica que promueven coaches y gurús motivacionales. Lo que los coaches y demás parlanchines no quieren aceptar es que la negatividad, la oscuridad, la depresión y la melancolía también son parte de nuestros días, por consiguiente, negar su existencia o su papel en la configuración emocional de una persona es formar parte del problema y negar la realidad. No siempre uno puede mostrar estoicismo y resiliencia ante la adversidad, aunque Viktor Frankl ruegue diferir.

No debemos ver la sensibilidad como una cruz sino como una virtud. Fui configurado para sentir todo de la forma más intensa posible. No le tengo miedo a sentir, mucho menos en cuanto a relaciones románticas se trate. No le tengo miedo a sentirme decepcionado, desilusionado, perdido. Que me rompan el corazón una y otra vez. Al final de la  película Jojo Rabbit, cuando la pantalla se va a negros, aparece una cita de Reiner Maria Rilke:

Let everything happen to you: beauty and terror. Just keep going. No feeling is final

Es cierto que la sensibilidad también tiene su lado alegre. Uno no vive entumecido como los que rehusen a sentir. Uno no vive como robot de Futurama. Por ejemplo, al asistir a un concierto, una persona que “padece” de hipersensibilidad vivirá una experiencia mucho más vidida y por ende más placentera para sus sentidos.

La va a pasar igual o un poco mejor que una persona no tan sensible, pues. Porque no es lo mismo sufrir por un plato roto que disfrutar a tu grupo de rock favorito en primera fila. No es el mismo tipo de ruido. Es más, uno es ruido y lo otro es música.

Bailando solo en la oscuridad
Te vas a acostumbrar
A ver toda la vida pasar
Igual que una promesa al anochecer
Te puedes disolver
Al borde de un vaso de cristal

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