Don Pepo, él ‘mil usos’ más conocido del barrio del Mercadito Izabal, [conocido como el Corralón de los Chirrines], y todos sus alrededores, ha acudido en visita “profesional” a casa de la señora Quiñonez, que está desesperada, pues tiene un problema que no le quiso contar por teléfono y lo ha hecho venir a su casa para explicarle y pedirle su ayuda…
-No Don Pepo, yo no tengo problema de goteras: su voz ha cambiado de tono y ahora es enfática y quiere ser confidencial. Don Pepo la mira fijamente, y con petulancia de “sabelotodo” afirma: -entonces señora, usted tiene descompuesto el “airconditión”.
Ella vuelve a negar, y ahora su voz tiene inflexiones dramáticas, se oye trémula, su barbilla tiembla, sus ojos negros expresan temor y timidez, y las lágrimas se asoman; ella intenta dominarse sin conseguirlo: mira a Don Pepo con vehemente ansiedad, y sin poderse explicar más; sé desvanece, yéndose de bruces sobre él, que sorprendido al no poder sostenerla:
Hace un puff involuntario expulsando el palillo que lleva entre los dientes, y ruedan derribando el violetero de la mesita de centro;
Don Pepo ha perdido por completo la compostura de su regordeta figura; y yace tumbado boca arriba con ella encima; se le ha zafado un tirante del pantalón, su ajustada playera ha dejado libre su barriga cervecera, está sofocado, puja concentrando fuerzas y consigue gritar con voz tipluda y quejumbrosa:
¡señora! ¿Qué le pasa señora? ¡Señora! por el amor de dios, ¿qué le pasa? se incorpora con dificultad y quitándosela de encima; la acomoda sobre el sofá; recupera su cachucha que ha volado por los aires y la abanica sobre la señora Quiñonez; que desvaída, y con el rostro desencajado balbucea un gemido que parece decir: losmuurshielagoz… sonmursshielagoz;
Para después quedar totalmente inconsciente: de su boca ha escapado la dentadura postiza y Don Pepo en un acto de pudor; le acomoda la bata de trajín casero; masculla descontrolado y finalmente busca la cocina y regresa trayendo un vaso con agua; le pasa la mano por la nuca y levantando su cabeza la hace beber, y con el resto del fresco líquido, le moja la cara con delicadeza;
Al ver que ella empieza lentamente a reaccionar; con un tono protector le dice: – señora, señora, ya pasó, ya pasó. Ella sigue flácida y con los ojos cerrados y poco a poco, ayudada por él, logra sentarse; él a su lado, la interroga con acento comprensivo:
¿Qué le ha pasado señora? Se ha desvanecido tan repentinamente que me ha pegado un buen susto; ella medianamente recuperada apenas atina a disculparse:
-¡Ay señor Don Pepo! Que apenada estoy, que va a decir usted, pero es que estoy tan asustada, – No se preocupe por eso señora, él la interrumpe: mejor serénese, cálmese y cuénteme lo que le pasa, porque me imagino que por eso me ha hecho venir a su casa y… se acomoda frente a ella dispuesto a escucharla:
Si Don Pepo; mi amiga Lupita y su esposo Philip lo saben; y me han dicho que usted puede ayudarme. Aunque, francamente le digo, que cuando lo miré, me arrepentí de llamarle, pero no me dejé llevar por las apariencias y me alegro. Don Pepo, intrigado, abrió los brazos y volteo a verse a sí mismo, y entre los dos hubo un breve silencio, que ella aprovechó para ordenar sus pensamientos y… reanuda el dialogo, ahora su voz tiene un agradable timbre didáctico:
Mi nombre es Zulema, nací aquí en esta casa, y aquí me crie junto con mis hermanas, de niña fui alegre y traviesa como todas las niñas, pero conforme crecí, me fui haciendo caprichosa y corajuda, al llegar a la adolescencia, me volví de carácter retraído:
La pubertad me rebeló que el cuerpo tiene expresiones contundentes y que las emociones del corazón; sorprenden nuestro cerebro… con esto le digo, que yo empecé a sentirme diferente, y lo primero que se me ocurrió; fue ponerme a la defensiva y dejar los juegos, para evitar los roses, pues creí que evitándolos, nadie sabría los efectos que me causaban, que por muy inocentes que fueran: me excitaban…
En este momento, Don Pepo tiene otra expresión; sus ojos irradian serenidad, se ha quitado las manos de la cintura y sus facciones se han dulcificado;
Inclinado hacia adelante, casi tocan las manos de Zulema; ella recupera la tranquilidad perdida; el hombre que está ante ella; le inspira confianza, le da seguridad. Sonríe ligeramente y continúa: mis padres pensaron que todo se debía a mis cambios hormonales:
Empecé a dormir sola, temerosa de que se supiera, que en mis sueños se repetían inquietantes sensaciones, y que se habían despertado mis deseos.
Desde entonces sufro en silencio mis inclinaciones. No acepté noviazgo con nadie y cuando salí de la Webster; me desempeñé como trabajadora social unos años y jun día renuncié: quería conocer el mundo:
A la muerte de mi padre; viaje a Europa, por un mes y me quedé en Francia treinta y nueve años: allá pude ser quien creía ser; y un día conocí a un hombre muy fino y muy guapo, un gran ser humano y con él me casé.
Juntos pusimos un exitoso restaurant de comida mexicana, que era visitado por muchos artistas y compatriotas. Siempre dormimos separados, ese fue el acuerdo y el secreto del éxito de nuestra unión.
He regresado a este lugar para dar cristiana sepultura a mi madre; y ahora estoy aquí, sola, deteniendo las paredes de esta vieja casa, que no es toda mía. Conservo los ahorros de la venta del negocio en Francia y de mi esposo y amigo, no he vuelto a saber nada.
El reloj del parque Revolución dio trece campanadas, Don Pepo salió del hipnotismo de aquel relato; Zulema volvió a ser la señora Quiñonez, para decirle: – Don Pepo, Yo sé que usted tiene sus responsabilidades; que trabaja para sostenerse, y yo no tengo derecho a meterlo en mis problemas.
Pero le suplico que me ayude, será un trabajo para usted y será apoyo que yo necesito. Zulema al ver que Don Pepo empezaba a inquietarse: se levantó y fue hasta un viejo chifonier de caoba, metió la llave, lo abrió y extrajo de él; una pequeña cajita, con objetos de valor;
Don Pepo fingió distraerse; ella sacó un billete y se lo ofreció, diciendo; ésta es su paga por este día, y si acepta el trabajo: le pagaré al terminarlo…
Don Pepo salió bruscamente de su fingida distracción, tomó el billete y lo agradeció preguntando: – ¿y que trabajo será ése señora? –Nada de Señora: Zulema nada más. -Bueno está bien, Zulema, pero explícame de una vez por todas ¿de qué se trata? continuara