Este paraíso es poderoso:
Porque lee las intenciones más ocultas de las personas, entiende los signos escondidos de la naturaleza, y se explica con una autoridad moral inigualable.
Para gozarlo, se requiere del valor de la humildad, que nos invitan a reflexionar a través de un dicho que pregona “como te ves me ví, y como me ves te verás”, y de honrar la experiencia, algo que también se entiende en el dicho:
“Más sabe el diablo por viejo, que por diablo”.
Aunque a veces se presente en forma de recomendaciones dolorosas, que nos abren los ojos a realidades que ignoramos, o a verdades que cuesta aceptar, siempre viene cargado de amor y preocupación genuina por uno.
El paraíso de esta semana son los consejos de las personas mayores.
Los primeros recuerdos de esto son de la infancia, con el bisabuelo de mis primos Tamayo.
Él se llamaba como yo, y no tenía descendencia directa con el nombre José María, por lo que me convertí también en su bisnieto.
Cada que el señor visitaba la casa de mi abuela materna, preguntaba por mí.
Yo siempre ví a don Chema como un viejito que siempre tuvo más de cien años, era un señor cariñoso e inocente.
Recuerdo aquella ocasión que con mis primos visité Los Mezcales, el rancho donde él vivía, y que una mañana, al levantarme, caminé fuera de la casa, y me topé con que el hombre barría en su patio las semillas que tiraba un enorme árbol de pingüica.
Pasé con él lo que me parecieron horas muy agradables, quien sabe si realmente fueron solo minutos, hasta que mis primos se levantaron.
Me habló de cómo saber cuándo iba a llover, de cuando corría agua en el arroyo, y varias historias de cuando era niño, y aunque no recuerdo nada con claridad, tengo muy presente el cariño con el que me contaba de esas historias que lo hicieron ganar aquella experiencia.
Conforme vas creciendo, aprecias también a las personas más cercanas.
Y cada vez que tengo la oportunidad, aprovecho para platicar con mi abuela.
No tiene precio escuchar las pláticas de cómo era el mundo cuando era niña, me cuenta de su abuela y de su madre, de cómo eran las bodas, los cumpleaños, la escuela, a veces habla de las travesuras de mi madre y sus hermanos.
En ocasiones ni siquiera hace falta hablar, nos sentamos a escuchar el canto de las cuichis en las mañanitas, o a pasar el atardecer en su jardín.
Siempre con café, y si hay coricos, no se pierde la oportunidad.
Cuando tengo la posibilidad de ayudarla a recordar, poniendo canciones de su época, o preguntando por alguna fotografía de sus tiempos, aprovecho el momento.
Las mañanas en el balcón de un departamento de Vallarta con mi adoptivo abuelo Méndez también son especiales.
Se disfrutan también con café, pero con vista al mar, cuando el sol aún no ha salido, y las olas se mecen con calma.
Te cuenta un poco de política y de historia, así como de los trabajos de arquitectura que ha hecho en diferentes lugares de México y del mundo.
Pero no solamente habla, las pláticas con él están llenas de un interés genuino por la otra persona, por saber en qué trabajas y qué haces, qué quieres hacer en el futuro y le interesa escuchar lo que piensas.
Con calma, escucha lo que le dices, y más que intentar imponerte una idea, te guía con preguntas basadas en su experiencia, para hacerte ver las cosas de una forma diferente.
El diálogo con él no tiene qué ser necesariamente profundo, siempre tiene un chiste bajo la manga o alguna ocurrencia para decir en el momento, lo que siempre ayudará a extender la conversación entre risas.
Del año que viví en la casa de los Coblentz, aprendí a desvelarme, por las pláticas cautivadoras del tío Ramón y la tía Letty.
Al inicio, me escuchaban con emoción, cuando les contaba todo lo nuevo que vivía como recién llegado a Guadalajara, como universitario de primer año.
Pero conforme me habituaba a la rutina, los temas en esa mesa se fueron tornando más interesantes, desde la religión hasta el arte y los negocios, de eventos en Sinaloa, Jalisco y Ciudad de México.
Del pasado de la familia en Zacatecas, y de cuando mi padre era joven.
Hay expertos en ciertas materias, ante quienes no puedes más que mostrar admiración, y pedirles una guía.
Agradezco eternamente a Leónidas Alfaro por haberme apadrinado en el mundo de la literatura, me ha mostrado todo lo qué conoce de este tema, y me ha acompañado a publicar dos libros.
El mismo reconocimiento hago al profesor Alfredo Pallares, que de adolescente nos hacía ver la vida distinta, abriéndonos los ojos a realidades políticas y económicas, y ya de adulto, me ha compartido comentarios valiosos sobre la docencia.
Alguien especial también es mi tío Gerardo, experto pintando acuarela.
La fama de estas personas no radica en su gran experiencia, ni en el conocimiento profundo de sus respectivos campos, lo que realmente los ha hecho personajes distinguidos, es que se dan el tiempo de crear un legado para las próximas generaciones, acompañando a los jóvenes que queremos parecernos a ellos:
Nos comparten los errores que cometieron, y los aciertos que tuvieron mientras se forjaban un nombre.
En estas conversaciones, uno aprende historias lejanas de los antepasados de la familia, conoces más del mundo que te rodea, conoces técnicas desarrolladas por quien las inventó, y te puedes hacer una idea de lo mucho que han cambiado las cosas por los años.
Lo más interesante, es que esa sabiduría que ellos recogen de su trayectoria aplica por igual al futuro que tenemos de frente, independientemente de que vivieran otras circunstancias, porque los patrones se mantienen, y eso es lo que la experiencia les ha permitido leer.
A veces tiene olor a café o a cigarro. Puede ocurrir en cualquier lugar:
Ya sea en una sala que quedó sola a propósito, o camino a la tienda por algo que no hacía tanta falta pero que serviría como una excusa para detonar la conversación.
Los consejos son incómodos en ocasiones, en charlas que duran poco, pero también ocurre que pasan las horas hasta llegar la madrugada y la plática aún está lejos de terminar, en la mañana, antes de empezar con el ritmo normal de vida, estos diálogos se dan con más calma, y permiten que el cuerpo aún sin despertar absorba mejor el mensaje.
Es un paraíso único, al cual todos aspiramos llegar en algún momento, y que podremos replicar con quienes sigan nuestros pasos.
Es un tesoro de sabiduría que crea un parteaguas en la vida si aprendemos a detenerlo para apreciarlo.
Sin duda alguna, los consejos que nos transmiten nuestros mayores cuando alcanzan la edad dorada, son palabras cargadas de cariño, amor y preocupación por nosotros.
Es un paraíso que no debemos ignorar.