NOCHES DE VERANO

Descalzo, sales al exterior y caminas por el pasto o por la arena.
BBANG
DENGUE2

Puede ser después de un día de trabajo, o tras una tarde aburrida si estás en vacaciones escolares. Pero sales de la rutina y te preparas para descansar un poco.

La tarde ha sido cálida y sofocada, y las nubes, lejos de refrescar, empeoraron el clima, sin dar muchas señas de lluvia. Finalmente llegas al destino:

Puede ser alguna terraza dentro de la ciudad, un campestre en los límites de lo urbanizado, o algún rancho que no necesariamente esté alejado de la civilización, si se tiene suerte, y tiempo, puede ser algún lago o una playa. Rápidamente cambias la vestimenta, te deshaces del pantalón y lo cambias por el short, te quitas la camisa y te pones una playera holgada.

Descalzo, sales al exterior y caminas por el pasto o por la arena, e inhalas profundamente, y aunque en medio de la humedad mezclada con la temperatura pareciera difícil encontrar un paraíso, logras encontrarlo si eres del Noroeste.

Esta semana tratará de las noches de verano, y no, no me refiero a la canción de Timbiriche.

Independientemente de que haya llovido o no en el día, la noche suele estar sofocada.

No puedes agradecer que el sol se haya ocultado, porque el calor se mantiene igual, la única diferencia consiste en que su luz ya no golpea frontalmente a cualquier que desee estar a la intemperie.

Sales del aire acondicionado y debes buscar algún lugar donde se pueda disfrutar de la más mínima pisca de viento, si es que se tiene la suerte de que haya.

Buscas un lugar que te brinde una visión de panorama amplio, un espacio abierto, donde los ojos se dirijan a la sierra, porque es allá donde se forman las nubes, y en la lejanía te sorprenden los rayos en medio de la oscuridad.

Sabes que en esta época el cielo suele estar cerrado, haciendo incluso más oscuras las noches, porque la luz de la luna no llega al suelo, y cuando los relámpagos hacen su aparición, abren el escenario en la atmósfera, recordando la altitud de las nubes lejanas, resaltando el borde de los cerros sobre los que se encuentran, y demostrando al magnitud y distancia de la tormenta que se forma.

La vista se relaja al ver que la luz lo cubre todo por periodos de microsegundos, cuando el cielo se ilumina ante las descargas eléctricas.

Si la tormenta se acerca, empezarás a escuchar truenos, cada vez más fuertes, hasta que hacen retumbar la tierra que vibra bajo tus pies y podrás ver la luz de los rayos con mayor intensidad, al tiempo que se escuchas las gotitas caer en las hojas de los árboles, cada vez con mayor frecuencia y fuerza.

Habrá otras veces donde, por más que esperes, la visión de la lluvia se mantendrá como algo lejano, en la sierra.

El show de luces en el cielo acompaña a otro que ocurre a nivel del suelo, y que independientemente de tu edad, te acercas a disfrutar.

Solo en esta temporada de intensa calidez y humedad aparecen las luciérnagas.

En las noches más oscuras, aparecen puntitos que se encienden y se apagan, flotando con tranquilidad, creando escenarios llenos de magia.

Te alejas de la poca luz que hay, y apagas los focos para ver con nitidez los brillos de los bichitos que iluminan intermitentemente la oscuridad nocturna, por eso, caminas entre estas estrellitas, observando cuando algunas se acercan y se alejan, pareciera que aleatoriamente aparecen y desaparecen.

Si tuviste la suerte de que lloviera esta tarde, notas que estos destellos se multiplican, y te sientes como si estuvieras en el espacio exterior.

Pero tu sorpresa crece más cuando a la piel descalza que siente el suelo, y a la vista que disfruta este escenario, se les une el sentido del oído, que se agudiza y detecta que la naturaleza canta en esta época.

Las chicharras entonan su himno desde el atardecer, en las copas de los árboles, impidiendo el silencio e inundando el ambiente.

En los lugares más húmedos, los sapos cantan a todo pulmón, como pidiendo que llueva más: a ratos guardan silencio, y tan pronto pasa un perro o un mapache, vuelven otra vez con su escándalo.

Como acompañamiento de fondo, notas que los grillos hacen lo propio desde el monte.

Y disfrutas porque estas melodías no son opuestas, al contrario, son como una orquesta, donde cada animal la hace de instrumento, y la mezcla de los sonidos crean una armonía que acompaña este paraíso.

La voz principal la lleva el chotacabras, un pájaro nocturno que hace un sonido que resuena con amplitud en medio de la noche, y que es contestado por alguna otra ave de la misma especie, en algún otro lugar.

Te das cuenta de que es un desperdicio, inc luso una ofensa sacar bocinas y poner música, dejas de lado esa idea sabiendo que las mejores pláticas en este paraíso tienen de fondo la sinfonía del ecosistema.

Te das cuenta de que puedes disfrutar del momento, y sonríes a tu acompañante para iniciar la conversación. Las pláticas en este escenario son deliciosas.

Aunque se tenga qué sudar en exceso por la mezcla de calor y humedad, la situación se aprecia porque tiene sabor a vacación o a fin de semana.

Tu cuerpo se relaja al salir del clima engañoso del aire acondicionado, que crea gripas en el verano, y alergias fuera de temporada, porque entre semana te acostumbras a entrar y salir de lugares de temperaturas contrastadas.

Tus ojos agradecen que decidas alejarte de la luz artificial de los focos y las pantallas.

Independientemente de si ocurre en la playa, en la sierra, o en la ciudad, tu cuerpo y tu mente sienten cómodas en medio de un ambiente que cualquier persona de otro lugar del país consideraría inhumano, pero que el norteño, sabe disfrutar.

La charla solo se hace mejor si se mojan los pies en el mar o te metes a la alberca, mojándote en el agua que desearías que estuviera fresca, pero descubres cálida por haber recibido luz del sol todo el día.

El cuerpo flota y se relaja aún más, sean minutos u horas de esta sensación, los músculos se aflojan y las tensiones se liberan, a veces caen gotitas de lluvia fresca en ese momento, y el paraíso toma tintes únicos.

Lo mejor es volver a salir de lo seco, y que la piel mojada te permita sentir la poca brisa de esta época, y mientras regresas a la comodidad de alguna silla, al refugio de una terraza o balcón, disfrutas del tacto de la planta de los pies con la arena y el pasto, con ropa ligera, que permitan a la piel respirar y recuperarse de los rayos del sol recibidos durante el día. 

Sin darte cuenta, el reloj avanza con rapidez, y lo notas cuando ya ha transcurrido un tiempo importante. Porque las conversaciones de esta temporada son especiales.

De niño y adolescente, estas pláticas tenían sabor a ciclos que se cierran y a otros que inician, cuando todavía te regías por el calendario de agosto a junio:

Eran charlas de graduación y despedidas, de emociones encontradas y cambios.

Ya de joven y adulto, estos diálogos tienen matices de reencuentro cuando recibes a la familia que vuelve de ciudades más grandes, o eres tú el que vuelve a casa.

A veces estos momentos son como un corte para hablar de lo que te ha pasado en la mitad transcurrida del año y de lo que debe cambiar.

En las mejores ocasiones, se tratan de todo y de nada, resultando en pláticas de tono más filosófico, debates ideas y profundizas en lo que cualquier otro día parecería algo ordinario.

Desentrañas dilemas de todo tipo, y propones cuanta idea venga a la mente para arreglar el mundo.

Por qué no, acompañando todo esto de una cerveza fría, la bebida predilecta de esta temporada, mismas que no se salvan de sudar, por contrastar su temperatura helada con la calidez del clima veraniego.

La noche avanza, tal vez llueva y tal vez no, probablemente vuelvas a meterte al agua, o no.

El canto de los insectos sube y baja, cambiando de ritmos y tonos.

La conversación se va tornando más lenta o apagada.

Tal vez ese sea el mayor defecto de esta temporada:

Que el calor adormece, la melodía de la naturaleza arrulla y el cuerpo relajado pide soñar.

El sudor no es impedimento para irse a dormir, al día siguiente, para empezar con frescura, uno podrá darse un baño, pero en ese momento, sería un error darse un regaderazo, regresando al cuerpo al estado de alerta.

De esta forma, vuelves a la comodidad del aire acondicionado, que da al cuerpo un pequeño respiro después de varias horas de calidez húmeda, recuestas la cabeza en la almohada y cierras los ojos, eliminando cualquier preocupación.

No se necesita más para empezar a roncar.

Cuerpo y mente están tranquilos, y uno puede decir, con gozo, que ha disfrutado de una noche de verano.

© José María Rincón Burboa

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