En buena medida el periodismo de dimensión nacional, ejercido por connotados personajes de nuestro ecosistema mediático, han convertido el otrora noble oficio de informar, en una actividad escatológica, no por santa, sino por sucia.
Ojo: la palabra tiene una doble acepción.
El periodismo se ha marranizado (válgame el neologismo), los espacios periodísticos han devenido en malolientes miasmas. La libertad de expresión ha devenido en libertad de difamación.
Ya no se ofrecen pruebas ni hechos concretos para acreditar lo que se escribe.
La calumnia, la difamación cínica, el infundio y la mentira rampante son los insumos del “nuevo periodismo mexicano” ejercido en las plataformas convencionales: prensa escrita y espectro radio eléctrico.
“Se sabe”, “se dice”, “según me cuentan”, “de acuerdo con fuentes confiables a este periodista”, “se rumora”, “ha trascendido” y un larguísimo etcétera de eufemismos pseudo periodísticos han sustituido a un periodismo ético construido con pruebas duras y no con la perversa comodidad de los dichos incomprobables.
Los dichos reinan sobre los hechos objetivos.
El degeneramiento de la labor periodística, produce un incesante fraude en contra del derecho a saber que tenemos todos los mexicanos, violentándose día tras día ese derecho humano fundamental.
El ecosistema periodístico se asemeja a la “Granja”, obra seminal de George Orwell, en donde se critica en clave de fábula a los sistemas totalitarios de antaño: el fascismo nazi y el totalitarismo soviético.
En nuestra granja mediática, al igual que en la de Orwell, son los cerdos los que se hacen con el liderazgo, en este caso con la jefatura mediática, que los marranos ejercen desde el altiplano central controlando los medios más importantes de comunicación masiva en México, todos ellos, granjeros (dueños de los medios) marranos (periodistas) están al servicio de la oligarquía financiera/industrial/mediática.
El animalario periodístico nacional incluye coyotes, buitres, hienas y queleles, estos últimos zopilotes vestidos con ropaje de águila pero con espíritu carroñero.
Sin embargo, son los marranos los que ejercen un liderato indiscutible.
Aprovechando el espíritu olímpico que reina este verano ardiente, pienso que si hubiera una olimpiada de marranerías, 3 periodistas mexicanos pelearían por la presea de oro y nuestro país se alzaría también con la de plata y bronce, para orgullo de la fanaticada. Veamos las evoluciones de los favoritos:
El favorito indiscutible es Carlos Loret de Mola, avezado “calumnista” del sitio “noticioso” Latinus, empresa investigada por lavado de dinero y otras lindezas, el yucateco tiene en su hoja de vida profesional la denuncia comprobada de un montaje televisivo para acusar a la ciudadana francesa Florence Cassez de secuestro, lo que mantuvo a la mujer por más de 10 años en la cárcel.
Últimamente, ha escrito infundios aberrantes que no resisten la más mínima revisión de cara al más elemental manual de periodismo.
Ha dicho en su último infamante artículo que el Presidente López Obrador ya estaba enterado de la operación del secuestro en tierras nacionales de Ismael Zambada García y que incluso se sabe, dijo, el Sr. Zambada se habría reunido en varias ocasiones con el gobernador de Sinaloa, Rubén Rocha Moya.
Para apuntalar sus dichos y saberes, Loret no aporta la más mínimaa y pálida prueba que acrediten sus “hipótesis”.
Rocha Moya, el día de los eventos, estaba en Los Ángeles, California.
La perversidad va desnuda y se desmorona al más mínimo soplido de los hechos comprobables.
Si López Obrador tuviera alguna duda de la honestidad de Rocha Moya, no se atrevería a venir a Sinaloa para inaugurar un hospital.
En la misma línea de porquerías periodísticas se inscribe el periodista y escritor de ciencia ficción policiaca Juan Alberto Cedillo, periodista independiente que enredó en una trama siniestra de carácter periodística al escritor y comunicador inglés radicado en México, Ioan Grillo, cuando sostiene también sin prueba alguna que el Sr Zambada a petición de el gobernador Rocha Moya, habría sido convocado a una reunión para dirimir las diferencias políticas entre el ejecutivo estatal y el finado Héctor Melesio Cuén Ojeda.
Acusando a Rocha Moya de traición al famoso Sr. Zambada.
Cedillo, en entrevista con Carmen Aristegui, y hecho un nudo de nervios, quizás por la enormidad de sus infundios, ni siquiera se pudo acordar del nombre completo del fallecido ex rector de la UAS.
Además, en todo momento estuvo hablando en tiempo presente, por lo que la periodista lo estuvo corrigiendo una y otra vez.
El tercero de ellos y en cerrada disputa por la presea de plata es Miguel Badillo, dueño de la revista de “investigación y análisis periodístico” denominada Contralínea.
Esta revista y su propietario tienen el campeonato nacional de más demandas por daño moral que sus infundios han producido a un variopinto de actores políticos y sociales y en la misma línea narrativa del periodismo ficción, sostiene, con impresionante temeridad, que el gobernador sinaloense participó en esa reunión con el Sr Zambada, casi en los mismos términos del planteamiento del “novelista” Juan Alberto Cedillo, en una suerte de reciclaje de infundios de los más conspicuos marranos del periodismo nacional, que se baten entre ellos a ver quién produce las más delirante mentira.
Dios los hace y la porqueriza los junta.
Sin embargo, el Sr. Badillo brilla con luz propia:
En su loco desvarío ha dicho que buscó entrevistarse con el encargado de comunicación social, el Sr. Alberto Camacho y que le dijeron que estaba de vacaciones.
El chiste y la mentira rampante se cuenta sola: Alberto Camacho fue director de comunicación social del ex Gobernador Quirino Ordaz Coppel.
Lo que demuestra a las claras que toda la nota y todas sus alocuciones televisivas y radiales son falsas de toda falsedad.
Todo ha sido construido desde un gabinete, con perversas elucubraciones para ganar la nota y convertirse en la fuente noticiosa en esta triste temporada de marranos, que suena bien para una próxima temporada en Netflix.
PS: aludo al Sr. Zambada por su nombre y apellido porque no creo que nadie en su presencia sea o haya sido capaz de nombrarlo por su apelativo.