SIMPLEMENTE LO MIRÓ A LOS OJOS

Ese día, el presidente de México Plutarco Elías Calles expidió la Ley sobre delitos y faltas en materia de culto religioso y disciplina externa.
BBANG
Sinaloa Seguridad Alimentaria

Gerónimo Martínez García  

Los Crotos, San Pedro de Rosales, Navolato 

Punta Sur, Altata, Navolato 

31 de marzo-11 de mayo de 2024 

gmgcia@yahoo.com 

Para María Cristina Cairo Martínez  

No hables a menos que puedas mejorar el silencio. Jorge Luis Borges 

Discreción: Sensatez para formar juicio y tacto para hablar u  obrar. 

RAE 

Quien es discreto es confiable. 

GMG

PERSONAJES 

(En orden de aparición) 

Nicandro Gálvez Delgado (hijo de Hipólito y Rosenda) Hipólito Gálvez (padre de Nicandro y esposo de Rosenda) Rosenda Delgado (madre de Nicandro y esposa de Hipólito) Nazario Mendiola Nazareno (comerciante en granos) Federica Nazareno (madre de Nazario) 

Alfonso Ceceña (vecino de Culiacán) 

Leticia Ortiz (esposa de Nazario Mendiola) 

Mike Bacasegua (empleado de una empresa importadora norteamericana) 

Donald Ford (agricultor norteamericano, amigo de Nazario) Susan Ford (esposa de Donald) 

Susie y Anthony Ford (hijos de Susan y Donald) Ernest Blair (policía retirado) 

Rosemary Blair (policía retirada, esposa de Ernest Blair) Señora Nixon (jefa de servicios escolares) 

Maryana Stent (maestra) 

Chelsea Burton (maestra) 

John Sealy (maestro

Roger Nelson (maestro) 

Allan Randall (funcionario escolar) 

Tomasso (sastre)

ÉPOCA 

1926-1936 

LOCALIDADES: Zamora, Michoacán; Culiacán, Sinaloa; Mocorito, Sinaloa; Nogales, Arizona; Mazatlán, Sinaloa; Milwaukee, Wisconsin

CAPÍTULO 1

Nicandro Gálvez Delgado nació en Zamora, Michoacán, en el seno  de una familia pudiente con intereses en la agricultura, la ganadería  y los bienes raíces. Vivían bien. La familia gozaba de un respetado lugar en el caserío y un poco más allá. Era católica, profundamente católica, hasta el fanatismo, devota convencida de Cristo Rey; sus amistades ostentaban similar orientación religiosa. Los Gálvez Delgado solían celebrar misas privadas y hospedar reuniones que juntaban a oficiantes con creyentes.

Su casa era recinto de oración.

Y a partir de cierto momento, lo fue también de conspiración. El drama existencial de Nicandro Gálvez Delgado se escribió el 2 de julio de 1926.

Ese día, el presidente de México Plutarco Elías Calles expidió la Ley sobre delitos y faltas en materia de culto religioso y disciplina externa, conocida como Ley de cultos.

En sus partes medulares, dicha ley disponía lo siguiente:

Exclusión de los extranjeros de cualquier culto religioso, imposición de multas y arrestos a los infractores, y, llegado el caso, la expulsión del país; exclusión de todo género de enseñanza religiosa en las escuelas públicas y privadas y establecimiento de multas y arresto a los infractores; prohibición de establecer o dirigir escuelas a las corporaciones y  ministros religiosos; prohibición del establecimiento de órdenes monásticas y disolución de las existentes; prisión y multa a los practicantes de algún culto religioso que incitaran al desconocimiento o a la desobediencia de las leyes, de las autoridades y de sus mandatos; prohibición a los ministros de los cultos para asociarse con fines políticos; invalidez de los “estudios hechos en los establecimientos destinados a la enseñanza profesional de los ministros de los cultos”; prohibición a las publicaciones religiosas de comentar asuntos políticos nacionales; prohibición de  toda clase de organización política en cuyo nombre incluyera cualquier palabra que remitiera a alguna confesión religiosa.

Prohibición de celebrar en los templos reuniones de carácter político; prohibición de realizar actos religiosos fuera de los  templos; prohibición de usar en público trajes propios de cualquier  religión; prohibición de adquirir, poseer o administrar bienes raíces ni capitales impuestos sobre ellos; señalamiento explícito de que los  templos eran propiedad de la nación, lo mismo que los obispados, casas curales, seminarios, asilos, conventos y cualquier otro bien inmueble que hubiera sido constituido para el servicio de cualquier  culto religioso.

La traducción de dichas disposiciones en la mentalidad colectiva fue una principalmente: la ley atentaba  abiertamente contra la libertad religiosa y la libertad de expresión.

En síntesis: transgredía el derecho a ser y creer. Tal convicción animó una amplia reacción pública contra el gobierno, concentrada  en el centro y el occidente del país, que desembocó en la llamada Cristiada o Guerra Cristera que ensangrentó el territorio nacional,  con un saldo de 250 mil muertos y otros tantos exiliados en el 

extranjero. Amplios segmentos de la población, tanto creyentes  como no creyentes, protestaron y se rebelaron contra tales  disposiciones.

Primero, dentro de los cauces legales e  institucionales, y después, cerradas esas posibilidades, recurriendo a  la lucha armada, al principio mediante el sistema de guerrillas, y más tarde con el concurso de fuerzas armadas organizadas de  conformidad con los estándares de la guerra formal.

Es decir, ejércitos contra ejércitos.

Ambos eran comandados por jefes muy  destacados y reconocidos. Entre los federales, contaban Joaquín Amaro Domínguez, ministro de la guerra, Dámaso Barraza, José Ruiz, Eulogio Ortiz y Jesús María Ferreira.

Entre los cristeros sobresalieron Victoriano Ramírez López, apodado “el catorce”, José Pedro Quintanar Zamora, Victorino Bárcenas, Manuel C. Michel Zamora, Miguel Hernández González y Enrique Gorostieta, “gorra prieta”.

Hubo también personajes cristeros cuya historia linda con la leyenda o el mito, como Valentín Ávila Ramírez, vaquero, osado, valiente, buen jinete y jaranero, más conocido por el corrido compuesto en su nombre que por su participación en el conflicto armado; narra el corrido:

“Antes de llegar al cerro Valentín quiso llorar. Madre mía de Guadalupe por tu religión me van a matar.”

Murió el 5 de septiembre de 1926, a los 28 años, colgado de un cedro, como un sarcasmo, en un lugar conocido como El Cedrito, en las cercanías de la Hacienda del Refugio y de Milpillas de la Sierra, en Valparaíso, municipio zacatecano.

La guerra afectó a todos: tanto a los cristeros, como a las fuerzas federales, y aún a la población civil no comprometida.

Los civiles sufrieron los estragos de la guerra de muchas maneras:

No sólo perdieron la vida, sino que sus hogares fueron saqueados y sus mujeres ultrajadas de diversas maneras.

En la guerra cristera participó todo tipo de gente.

En los campos de combate, artesanos, comerciantes, peones y aparceros, pequeños propietarios, oficinistas, curas; en las ciudades, planificando, buscando financiamientos, organizando, escribiendo, abogados, miembros de la jerarquía católica, empresarios,  periodistas, intelectuales.

Claro: también el gobierno federal, con todas sus instancias, destacadamente el ejército nacional.

Muy importante fue la participación de las mujeres cristeras; organizadas en brigadas y comprometidas con votos de silencio, se encargaban de la logística: daban refugio y curaban heridos, conseguían dinero, parque, información y alimentos.

Los federales cometieron actos bestiales.

Hubo casos emblemáticos, como el de José Sánchez del Río, que fue torturado y asesinado por negarse a denunciar a las huestes cristeras. Tenía sólo 14 años.

Los soldados le desollaron los pies y lo obligaron a caminar al cementerio.

Al borde de la tumba, refrendó su convicción religiosa, lo que le valió ser acuchillado repetidamente hasta que el capitán de la escolta decidió terminar el calvario y lo ejecutó con un disparo de fusil en la cabeza.

Fue canonizado por la Iglesia Vaticana. Los cristeros fueron víctimas, pero también victimarios. Al enfrentarse a los soldados del gobierno no tenían piedad. Suele mencionarse como ejemplo de crueldad  cristera el llamado asalto del tren de La Barca.

Según una versión, el padre José Reyes Vega descarriló un convoy que iba de Guadalajara a Ciudad de México, tras lo cual los cristeros acribillaron a sangre fría a todos los que estaban en su interior, tanto tripulantes como soldados y a los pasajeros entre los que había mujeres y niños.

Al terminar el ataque, quemaron todo el convoy, pereciendo calcinados los que no pudieron escapar, sobre todo los heridos.

Luego, huyeron con el botín, consistente en sacos de dinero y municiones.

Dicho evento figura en los anales de la Cristiada como un ejemplo mayor del salvajismo del movimiento.

Una versión de los hechos informa que el padre Miguel Darío Miranda y Gómez, más tarde arzobispo Primado de México y luego cardenal de la iglesia católica mexicana, habría participado en el asalto al tren con grado de general cristero.

El martirologio cristero es amplio y nutrido. Forman en el fieles, sacerdotes, religiosos y religiosas. Algunos son muy conocidos; la mayoría se hunden en el anonimato, o son del conocimiento de unos cuantos.

Entre los más famosos, además del pequeño José, mencionado antes, se halla el padre José Ramón Miguel Agustín Pro, acusado de haber urdido el frustrado plan para asesinar al candidato a la presidencia de la república general Álvaro Obregón. 

La familia Gálvez Delgado se afilió al movimiento cristero desde sus orígenes.

Hipólito, el padre, constituyó con su peculio un grupo de combatientes por la fe.

Formaban en el miembros de su familia,  peones a su servicio y familiares de éstos, así como algunos vecinos  del poblado.

Hizo de su casa cuartel y centro de conspiración. 

Convirtió las trojes en armería y bodega de municiones; armas y municiones que le eran proporcionadas por contrabandistas que las  adquirían en Estados Unidos y las transportaban a los poblados  levantados. Requerían el pago en oro y plata, o en moneda  americana, es decir, en dólares.

Puso también al servicio de la causa a sus caballerizas.

Hipólito era el jefe indiscutible del grupo guerrillero. Por las noches, realizaba conciliábulos a los que asistían otros jefes cristeros.

Analizaban los acontecimientos, estudiaban los movimientos de las tropas federales, el tamaño de los contingentes y  las acciones emprendidas. Y planeaban las acciones de combate que realizarían.

El conocimiento de la geografía de la región y la ubicación de los poblados abonaban a su favor. Además de saber en qué lugares había grupos como el que él había formado.

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