Chayo murió totalmente consiente de cuál era su situación y le pesaba dejar sus tareas sin terminar, porque él siempre tenía sus ocupaciones, su propio campo de acción; en el que gustaba de ser observado.
Le agradaba saber que despertaba comentarios; era su orgullo, ser importante para su comunidad, lo había logrado a base de perseverancia y de haber destinado los últimos años de su existencia a formar un grupo de solicitantes de tierras; y a pelear la dotación provisional de aquel predio; viajó un sin número de veces a la capital; dejando sola a su nueva familia, en la cual, tenía cinco hijos pequeños; para ir a la Ciudad de México a gestionar los engorrosos y dilatados trámites de oficios, ante la secretaria de la Reforma Agraria: infestadas de una burocracia indolente y mañosa.
Chayo recorría dependencia tras dependencia; untándole la mano a empleadillos de segunda; para que le informaran su trámite anterior; a politiquillos de pelo engominado, con acento chilango e ínfulas de gran personalidad; para que le admitieran a trámite y le sellaran de recibido el nuevo oficio.
Sin dejar de apuntar en la lista de los corruptos; a los funcionarios de segundo nivel del departamento agrario y colonización, y a su delegado, con la nada honrosa excepción de que a ellos: se les tenía que llevar un regalo; invitarlos a comer, y prestarse junto con otros dirigentes campesinos; a juntarles gente; para el famoso baño de pueblo, que tanto le gustaba a los demagogos, y deshonestos; titulares de la tristemente célebre Reforma Agraria:
Dependencia que mucho sirvió para taparle el ojo al macho y para proteger a los grandes y verdaderos latifundistas; o para golpear a los enemigos políticos de presidente anterior y a los gobernadores indisciplinados; pegándoles donde más les dolía: porque los terratenientes eran ellos y sus compadres con toda su parentela.
Chayo viajó y recorrió todas aquellas dependencias corruptas; dejando cachitos de los últimos años de su vida: hasta lograr la dotación definitiva, que significaba la consolidación de su ejido.
Comenzaba a sembrar su parcela, que tantos esfuerzos le costó conseguir para él y para sus compañeros de aventura; comenzaba a realizar el sueño de ser parcelero; no dejaban de fluir en su mente las ideas de triunfo y ni de correr por sus venas la sangre de luchador incansable; cuando lo alcanzó el destino.
Cayó enfermo de un terrible mal, que lo postró en cama, que pausó su voluntarioso caminar, y detuvo su terca persecución del éxito. Le había llegado aquel momento, que él nunca imaginó.
Porque él; era un magnifico ejemplar de los hombres de su tiempo; de voluntad inquebrantable: jamás pensaba en la derrota, en su mente no tenía cabida la debilidad; él no se arredraba ante nada.
Tal vez era por eso; que se sentía avergonzado de haber caído en cama, y ser presa de la incertidumbre no saber cuándo podría estar al ataque de nuevo.
Le preocupaba lo qué pensarían sus amigos y compadres, de; “si estaría viviendo, y cómo; los últimos días de su vida”:
Fuera de su casa y dependiendo totalmente de otros; cuando él siempre fue autosuficiente; él siempre dependió de sus propios ingresos y llevó con dignidad el gasto y las riendas de su casa. Y siempre recibió el respeto y la consideración de todos sus compañeros de lucha.
Tengo presente, como cicatriz en el alma; aquella tarde, en que me convocó a reunión con toda solemnidad; quería saber con precisión cuál era su estado de salud. Porque el médico evadía darle respuestas claras cuando le preguntaba; y él, necesitaba saber según me dijo: – “dónde estoy parado”:
Ni que decir lo difícil que fue para mí; sostener aquella conversación.
En primer término; me pidió que tomara en cuenta quien era él, y me aclaró, como si yo no lo supiera: qué él era un hombre acostumbrado a enfrentar la adversidad, cuando aquello; era cosa que yo sabía mejor que nadie, y afirmó: “A mí nunca me ha faltado el valor para saber las malas noticias”…
Respiré profundo bajo su mirada escrutadora; me tenía acorralado, ya no podría darle paliativos ni evasivas; ni sobrellevarlo con palabras de cariño y mentiras piadosas. Había llegado el momento de hablar con la verdad:
Solo que la verdad… la verdad era fatal. Y me resultaba impronunciable, me resultaba inaceptable. Yo; no estaba preparado para aquel momento tan difícil; no podía creer que me estuviera ocurriendo aquello a mí.
Estaba asistiendo a la caída de un hombre que yo creía invencible, de un gigante que lo podía todo; de un héroe que se estaba derrumbando… y ese hombre que estaba derrotado ante mi ojos; ¡era mi propio padre! y yo no podía hacer nada por salvarlo.
Pero él, no clamaba por su salvación, sólo quería saber; sólo pedía lo justo, y lo justo era decirle la verdad; me la estaba exigiendo con palabras de hombre y con su mirada suplicante: –“Mhijo querido, ya no me mientas más”…
Aquel momento fue doloroso para ambos; él estaba urgido por adelantar los hechos; y ahorrándome palabras, con tono imperativo fue al grano, y verbalizando su actitud me inquirió -¿¡moriré!?…
Yo; abatido asentí inclinando la cabeza… entonces él, cómo queriendo deslindarse del infinito valor aritmético del tiempo, acotó: – ¿Cuánto me queda?… Entonces yo; convertido por las circunstancias en heraldo lapidario; en cronógrafo sin facultad de regresar el tiempo: apenas pude articular: –muy poco papá… con la barbilla temblando, y sin atreverme a mirarlo de frente; dejé resbalar por mis mejillas dos gotitas rebeldes que, desde hacía algún tiempo pugnaban por salir…
Entonces, ambos guardamos silencio, y cuando volvimos a mirarnos… tras el interminable instante de estar prendidos por los ojos; cómo lo hacíamos siempre que era necesario acordar sin palabras. Y también como siempre; yo esperé, a que fuera él, el primero en hablar… su rostro sufrió varios cambios de semblante.
Pero si algo tenía aquel hombre, que a mí me dejaba apantallado; era su capacidad de asimilar las peores noticias, y la rapidez con la que sabía sobreponerse de ellas y tomar decisiones; y ésta vez no fue la excepción. Porque después de confirmar sus sospechas, habló con frialdad escalofriante: -“bueno mhijo, eso es todo lo que yo quería saber”; y siguió… hablándose a sí mismo: Total, ni modo de rajarme, ya voy pá los ochenta; ya era tiempo”.
Y sin levantar la cara, en posición de abatido; arrugó la frente y me miro de abajo hacia arriba, a través de sus cejas revueltas: -“como naiden se muere en la víspera; vas a tener tiempo de prepararte y, ay mañana, date un tiempecito pá que le avises a Mhijo Toño: dile que estoy malo, acalenturado nomás.
No trai caso hacer mucho aspavientos”. Y sin aceptar ayuda, se incorporó con dificultad; sin perder la coherencia, a pesar de estar pasando por tan duro momento; con una mueca que quiso ser sonrisa, continuo: – “mira mhijo, no te espantes, la vida es prestada y que mejor, que devolverla a quien te la prestó. Es mejor que sea él quien te la quite y no otro” y siguió reflexionando:
“Cuanto tiempo espere yo, cuidándome hasta de mí sombra, nomás esperando oír el riatazo, y que me jueran a levantar muerto”.
Y me busco de nuevo la mirada; pero ya me encontró más entero y al notarlo; ésta vez sí logró sonreír: -“Mira pues mhijo; ¡de cuando acá te apinchas tú! ay que saber perder mhijo…
Mira mhijo, uno pá sentir bien el pesar; no hay cómo que te duela, que la vida te pegue onde más te duela; ay mero es donde se pone cabrón el asunto”.
“Mira mhijo, la gente es muy entremetida y le gusta saber, pá tener que platicar; y no ha de faltar quien te pregunte, cómo jué que yo pasé estos días:
Tú diles, esto que estamos platicando, pá que sepan, si eso lo que quieren saber: que Chayo Figueroa Rendón; nunca se espantó con la muerte de naiden; ni me espanto con la mía propia… y que no soy yo tan poquita cosa; pá ponerme a cargar el juicio.
Mira mhijo; pá empezar, yo no me siento solo, y aunque tengo mucho negocio pendiente, ay lo voy a dejar pá que él que venga atrás de mí, tenga algo que arriar. Y no estoy disconforme, ni amargao con la vida.
Mira mhijo, yo sé muy bien, que tú te viniste pá acá, a buscarme a mí, porque no aguantaste la muerte de la Toya, y cuando te sentiste desamparado, pensaste en juntarte conmigo, hasta ver tú final. Porque tú siempre creíste, que te ibas a ir juntar con ella antes que yo; pero ya ves que no.
Ahora va a estar tantito pior pá ti. Nomás te pido una sola cosa: que te aguantes y no vayas a hacer lo que hizo mí Pá. Porque tú Tata Sabas, cuando ya no aguantó la soledá; le dió por saltar al vacío…
-¡No Papá! Váyase sin ese pendiente. Porque yo tampoco no estaré solo nunca más…
Chayo hasta los últimos días, fue de actitud coyuntural:
Tan frío o tan caliente como fuera necesario; siempre hizo lo que creyó que estaba bien hacer, y siempre, concedió a los demás su derecho a ser cómo quisieran ser, y respetó la potencia que cada quien fuera capaz; sin menoscabo de su propia esencia.
Chayo fue hombre que sabía reconocer sin complejos su falta de preparación, y sólo lamentaba no haber logrado sacarle mejor partido a la vida.
Y allá en el poblado del Ejido La Flor, el ejido que el formó, a partir de un sueño: todo se fue quedando atrás, y sus pequeños hijos: José María el más grandecito, María Elva “la luz de sus ojos”, la Blanca Delia y Carmelita su consentida, que no tardó en seguirlo; también se fueron quedando atrás en él tiempo, llorando su tristeza y su orfandad.
Y él que esto escribe: aunque a nadie se lo dijo, se quedó nomás pensando; en cómo sería seguir la vida, sin su mejor amigo y concejero…