Cápsula para mascar No. 48

¿Llegará el día en que las autoridades y la sociedad misma de nuestra ciudad, pongan un hasta aquí a esta barbarie?
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El pasado 17 de agosto de este transformador año 2023, en la Librería México, ubicada en las calles de Juan José Ríos y Álvaro Obregón de esta calurosa y calorosa ciudad de Culiacán, tuve el gusto y honor de ser el presentador y comentarista del libro Retazos Históricos Urbano-Arquitectónicos, obra del Arquitecto Martín Sandoval Bojórquez, originario de Baburía, perteneciente al municipio de Sinaloa de Leyva. Se trata de un intenso trabajo de investigación sobre los orígenes y el desarrollo que nuestra ciudad.

Nos confirma que Nuño Beltrán de Guzmán fundó en el Navito la Villa de San Miguel de Colohacan el 29 de septiembre de 1531, y pocos años después, los españoles encargados del desarrollo de aquella Villa, decidieron trasladarla de lugar. Esto sucedió el año de 1537 y la bautizaron con el nombre de Villa de San Miguel de Culiacán.

La razón principal del cambio, fue porque aquí se tiene la confluencia de los ríos Humaya y Tamazula, que forman el río Culiacán con caudales de agua que aseguran producir los valles agrícolas que desde aquí se desprenden rumbo al mar; las siembras de: maíz, frijol, caña, aguacates, mangos, tomate, cebolla  y más, son desde aquellos entonces, muy prodigiosas de riqueza incomparable en el Noroeste de México.

Pero algo raro y fatal también ha permanecido desde entonces, porque resulta que siendo Culiacán la tercera ciudad fundada por los invasores españoles, en cuanto a su fisonomía no creció, durante más de 250 años permaneció como una ciudad fronteriza, es decir, como aquellas que no tienen las muestras del arraigo de sus habitantes que van fincando retazos de obras, nada serias, nada que pueda trascender y pueda ser importante. Así fue desde aquel lejano 1537.

En el año 1839 el Obispo Lázaro de la Garza y Ballesteros inició la construcción del Seminario de Sonora-Sinaloa y lo terminó en 1942, un bello edificio estilo ecléctico que hoy ocupa el Ayuntamiento de la ciudad.

Este mismo señor, al terminar aquella primera gran obra, inicia la construcción de la catedral, la viene terminando el señor José de Jesús Uriarte el año de 1885.

En el año 1890, el gobernador don Mariano Martínez de Castro, va a Ciudad de México y contrata al arquitecto Luis F. Molina, quién hacia poco había recibido su título en la Escuela Nacional de Bellas Artes, para que se encargue de construir el teatro Apolo, sin embargo, el arquitecto que también tenía conocimientos de ingeniería se encarga de ordenar las horrendas calles y callejones que hacían de la ciudad un adefesio; siguió con el puente Cañedo y después el teatro, esto fue el año de 1894.

Luego el arquitecto, que se le consideró “el ingeniero de la ciudad”, empezó a construir obras para los potentados de entonces: Almada, Clouthier, Tamayo, Uriarte y el mismo gobernador Martínez de Castro.

Fueron verdaderas joyas de la más adelantada moda europea, así, con la intervención de Luis F. Molina, la ciudad cobró una fisonomía moderna y organizada, por lo que se le consideró la ciudad más bella de entonces, 1900-1911.

Pero de nuevo, sin embargo, porque el Arquitecto Sandoval, autor del libro, nos hace saber muy claramente: En la ciudad no existen obras de construcciones de la era pre hispánica, pero tampoco de la hispánica.

Como es en el caso de ciudades que fueron fundadas muchos años después: Guadalajara, Guanajuato, Morelia, Durango, Mérida y muchas más que lucen sus “Centros Históricos” con plazas, calles y callejones con mansiones y edificios que conservan como lo que son: tesoros vivientes de la historia.

En cambio aquí en nuestra, a pesar de todo orgullosa ciudad capital del estado de Sinaloa, tenemos abundantes casas y edificios del siglo XX, y unas pocas obras del siglo XIX -1840-1900- La catedral, el edificio del Palacio Municipal, el edificio Rosalino de la Universidad Autónoma de Sinaloa, La mansión de Los Almada, el Archivo Histórico del Estado y … nada más interesante.

Alguien comentó que en relación a casas y edificios del “Centro Histórico”, daba la impresión de haber sido bombardeada, destrozada como ocurrió en la Segunda Guerra Mundial en Europa.

Lo que queda muy claro en la obra Retazos Históricos Urbano-Arquitectónicos, es como la avaricia de empresarios que se dedican a explotar estacionamientos para autos en la ciudad, en contubernio con los dueños de aquellas casas y edificios históricos, y las autoridades, tanto del Municipio y el Instituto Nacional de Antropología e Historia –INAH-, en su afán de adorar a su dios: el dinero, no tuvieron el menor escrúpulo para derrumbar casas y edificios que debieron conservarse como lo que fueron: tesoros de nuestra historia. 

Una de tantas preguntas: ¿Llegará el día en que las autoridades y la sociedad misma de nuestra ciudad, pongan un hasta aquí a esta barbarie?

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