PRACTICAR SENDERISMO

Casi siempre hay un poblado cercano, donde quienes lo habitan están acostumbrados a este tipo de visitas.
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Es temprano, probablemente el sol aun no haya salido, pero se recomienda empezar temprano para aprovechar al máximo las primeras horas del día.

Poco a poco, se van reuniendo los citados, en alguna plaza comercial, totalmente vacía por la hora, o en un estacionamiento público.

Dependiendo de la temporada, se luce ropa ligera en verano, que permite darse un clavado en el agua, o bien abrigados para los momentos previos a empezar la actividad física en tiempo de frío.

Se escucha al guía, si es que lo hay, o se comparten comentarios sobre los mapas revisados antes de empezar la aventura:

Empezándose a crear una expectativa sobre la aventura.

Se comparten algunas fotos de lo que se espera encontrar y aquellos que no llevan suero, o algún dulce para subir el azúcar a medio camino, se encuentran alguna tienda veinticuatro horas para asegurarse de estar preparados ante cualquier eventualidad.

Finalmente, se cuenta a los presentes, y una vez asegurada la asistencia de todos, vuelven a subir a los carros, para recorrer el último tramo antes de empezar el paraíso de esta semana: el senderismo.

La travesía inicia cuando el grupo se detiene en algún punto, donde el camino pavimentado termina, o donde la terracería hace imposible que se siga en automóvil.

Conforme los senderistas bajan de los vehículos, inhalan el aire fresco de la naturaleza que los rodea, y reconocen el paisaje en el que se encuentran.

De esta forma, mientras contemplan el amanecer, las personas hacen unos últimos estiramientos y se preparan para empezar el recorrido.

Casi siempre hay un poblado cercano, donde quienes lo habitan están acostumbrados a este tipo de visitas los fines de semana, y aseguran que cuidarán los carros, y dan alguna señal de lo que uno se pueda encontrar:

Algún deslave o mucha agua en cascadas y arroyos debido a las lluvias, un tramo quemado por algún incendio o ciertas aves o flores propias de alguna temporada.

El cuerpo se olvida del sueño conforme se empieza a caminar, y se llena de una energía especial, que va aumentando en la medida que se notan los detalles en el camino.

Los sentidos están receptivos a todo lo que ocurre alrededor, se escuchan las aves que surcan van  despertando conforme los senderistas caminan por la vereda, el sonido del agua y del viento, se observa la vegetación del bosque, la selva o el desierto, y se siente el sol que calienta la piel, con una luz cálida que empieza a iluminar el cielo en las primeras horas del día, dibujando rayos que pintan de un color más claro el borde de los cerros, y dispersa la neblina que cubre la base de los cerros.

La plática del grupo va inundando el camino, las primeras risas se escuchan, y el grupo se empieza a perder entre la naturaleza.

Hay rutas que recorres para llegar a lugar especiales, como el Río Caliente en La Primavera, junto a Guadalajara, donde en medio del bosque fluye un arroyo de aguas termales, y después de veinte minutos de caminata, te encuentras con fosas donde puedes relajar el cuerpo, sintiendo el contraste del clima frío y el cauce cálido, con unos minutos bajo la corriente, los músculos se relajan, y las preocupaciones se van con la corriente.

En medio de la soledad de la naturaleza, uno observa cómo el riachuelo humea, y puedes cerrar los ojos, dándole un momento de descanso al cuerpo.

Lo mismo pasa después de Boca de Tomatlán, donde un angosto y escabroso sendero combina las vistas de la sierra a la izquierda, y el mar a la derecha, pasando por arroyos de arena que desembocan en el Océano Pacífico, creando pequeñas playas vírgenes, que te invitan a pasar ahí la tarde, flotando en las tranquilas olas, y descansando bajo la sombra de la vegetación.

También pasa esto en el arroyo de Palo María y el Nogalito, donde uno encuentra charcas de agua transparente y helada, a las que rara vez llega la luz del sol, entre paredes de piedras, haciendo amistad con personas de todas las nacionalidades que uno pueda imaginar.

De la misma forma, existen rutas que retan al cuerpo, y te motivan por la vista con la que te encontrarás al terminar de recorrer el camino. Particular cariño le tengo en Culiacán a las cascadas de san Antonio, la Ruta de las Antenas, o el cañón de La Escondida en la zona de El Barrio, donde tras llegar a lo alto del cerro, es posible ver Culiacán como si estuvieras en un avión, si volteas al oriente puedes identificar la presa Sanalona, y si te enfocas en el poniente, y tienes buena vista, alcanzas a ver tramo de la costa sinaloense.

Suelen ser rutas exigentes físicamente, donde los últimos metros de subida exigen fortaleza a las piernas y agarre en las manos.

Partes de ese camino involucran tomarle confianza a una cadena clavada en una pared de piedra, pisando agujeros entre las rocas, obligando a que la seguridad de la mente se imponga a la fragilidad del cuerpo, recordándole que es posible hacer lo que se proponga, subiendo por pendientes prácticamente horizontales, donde voltear hacia atrás, o hacia abajo es un grave error, y es mejor esperar a terminar la escalada para ver lo que se avanzó.

Estos senderos premian a la vista cuando se llega a la cima del cerro, y disfrutando de una fruta o un dulce, uno admira el panorama desde la altura, recordándonos lo pequeños que somos, intentando reconocer diferentes puntos de la ciudad, o los poblados que la rodean.

Y los mejores recorridos, son aquellos que no se hacen con un fin deportivo, sino con la idea de ir a cazar o a pescar.

Con pantalón de mezclilla y un rifle de diábolos 635 en la espalda.

Conozco como la palma de mi mano todos los caminos entre la ribera occidental del río Tamazula y la carretera a Imala, desde Jotagua hasta Ayune.

Ahí podía pasar días completos, y aunque rara vez matábamos algún animal, las aventuras de esas veredas son interminables:

Encontrábamos casas de adobe abandonas, rodadas de huertos de ciruelas en medio del monte, un par de curvas del río donde en una orilla había cerro, y al otro lado era planicie, creándose paredes de roca de tamaño interesante.

Varios perros nos salieron al encuentro en innumerables ocasiones, y hubo momentos afortunados que vimos venados, gatos monteses, armadillos y cholugos.

Había ciertos lugares propios para sentarse a pescar, donde uno podía pasar toda la mañana.

Estando en estas zonas, era lógico que tarde que temprano nos toparíamos laboratorios de narcóticos y persona armadas, pero nunca escaló a más.

Estas salidas tenían sabor a adrenalina, y ciertas dosis de riesgo, ingredientes que terminaban de dar un sabor único a aquellas salidads.

La plática mientras se camina siempre es amena.

No se habla como se haría en una fiesta, o en una comida familiar.

Suelen preferirse temas más profundos, que ameritan una pausa en la cotidianeidad del día a día, y la escapada a la naturaleza es el mejor momento para hacerlo.

En cualquier otro momento, esas conversaciones pudieran ser incómodas, pero el constante movimiento del cuerpo, y el motivante de un destino prometedor, ayudan a que fluya el diálogo.

La compañía también es importante:

Desde Daniel, que fue mi primera amistad en acompañarme “al monte”, hasta Jesús, con quien he caminado por playas, cerros y desiertos.

José Antonio siempre está a la orden en Culiacán, y más recientemente Ángel se ha integrado a estos recorridos.

Los sobrinos de Guadalajara tampoco han estado exentos de estas aventuras. 

El regreso suele parecer más rápido, el impulso del músculo que se ejercitó en la subida, te lleva con facilidad ahora que regresas en un camino que suele ser de bajada.

A pesar del cansancio, del sudor y de alguna incomodidad en el cuerpo, uno se siente radiante de energía, capaz de comerse el mundo entero.

Mientras regresas a la ciudad, la emoción se convierte gradualmente en cansancio.

Lo mejor es detenerse en algún puesto de barbacoa, birria o cabeza de res, o en algún changarro de tacos de camarón capeado, desayunando con refresco bien frío.

Y ahí sí, con el estómago lleno, y el cuerpo asimilando el ejercicio matutino, basta con un baño de agua fría para acostarse en la cama, a descansar el resto del fin de semana.

Y muchas veces es ahí que por el teléfono se comparten las fotos del recorrido, y se comentan las rutas que se quieren explorar la próxima ocasión.

Es un paraíso adictivo, que te lleva a querer más.

Hay pocas cosas como el senderismo para recargar batería, y limpiar la mente, antes del inicio de la semana, o del final de unas vacaciones.

Si alguna vez te invitan a hacer alguna ruta, la primera impresión pudiera ser negativa, por ser un plan madrugador, en fin de semana, pero si lo haces, prometo que no te arrepentirás.

Rodéate de buena compañía, ve preparado, y si le das la oportunidad, estoy seguro que disfrutarás del paraíso del senderismo.

© José María Rincón Burboa

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