Sirva este caso hipotético cómo ensayo ilustrativo de impericia política.
En el contexto de un régimen político nacional con un discurso predominante, de que vivimos un tiempo de mujeres y, en medio de un marco regional de efervescencia preelectoral que impone la igualdad de género:
Llama poderosamente la atención, el hecho de que una mujer con poder [diputada] que acosa a una subalterna [funcionaria de menor jerarquía] —y más aún cuando ambas comparten género en un contexto donde se presume defender la igualdad— exhibe en la primera una contradicción profunda entre su discurso público y su conducta privada.
Que lo haga movida por rivalidad política, antipatía personal, celos profesionales o por proteger su propia imagen, no atenúa la gravedad del comportamiento:
Por el contrario, revela un uso instrumental y oportunista de las causas que dice promover.
El hecho de poseer altos grados académicos y aspirar a un cargo político de mayor relevancia [gubernatura] solo hace más cuestionable su conducta.
La formación avanzada y la experiencia de vida deberían traducirse en responsabilidad ética, no en una sofisticación mayor para justificar o encubrir abusos.
En este caso, la edad y la trayectoria no son un atenuante; si no un agravante, porque implican plena conciencia de su posición, del impacto de sus actos, del daño que puede ocasionar y, de la experiencia que puede marcar una joven para siempre.
Una líder cameral que reproduce patrones de abuso contra quienes dependen jerárquicamente de ella, demuestra que su compromiso con la igualdad es selectivo:
Lo aplica hacia arriba y hacia afuera, pero no hacia abajo y hacia dentro de su propio espacio de poder.
Ese tipo de incoherencia no solo erosiona su credibilidad política; también representa un riesgo real para cualquier institución que pretenda encabezar en el futuro inmediato, [gubernatura].
La mezcla de ambición política, inseguridad personal y ejercicio abusivo del poder suele ser un indicio claro de que la persona no está preparada para ocupar un cargo mayor, por más brillante que sea su currículum.
Poder, incoherencia y violencia horizontal en el contexto de la igualdad de género.
En las últimas décadas, el discurso público sobre igualdad de género ha inundado las redes sociales adquiriendo una presencia central en los debates políticos, institucionales y académicos.
Sin embargo, obligado es decir, que este avance no siempre se acompaña de prácticas coherentes en los espacios de poder.
Una de las tensiones más negativa y complicada, emerge cuando una mujer con posición jerárquica elevada incurre en conductas de acoso hacia una subalterna, especialmente cuando ambas pertenecen al mismo género y operan en un contexto donde se promueve activamente la igualdad.
Este ensayo analiza las implicaciones éticas, políticas y simbólicas de este fenómeno, considerando factores como la rivalidad interna, la lógica de grupos políticos, la competencia profesional y las dinámicas de imagen pública.
Violencia horizontal y contradicción discursiva
La violencia entre mujeres en espacios laborales —llamada a menudo “violencia horizontal”— constituye una contradicción significativa cuando la perpetradora se presenta como defensora de la igualdad.
Aún si la receptora del acoso estuviera predispuesta o animada de motivos retadores igual de deleznables; este tipo de agresión no solo afecta a la víctima, sino que desdibuja la coherencia entre discurso y acción.
La figura poderosa que acosa a una subordinada reproduce precisamente las prácticas que, a nivel institucional, afirma combatir.
Esta disonancia erosiona su credibilidad personal y debilita las agendas de igualdad que dice promover, pues muestra que su compromiso es selectivo y condicionado por intereses propios.
Motivaciones: poder, antipatía y celos profesionales
Aunque las motivaciones pueden ser diversas, factores como la pertenencia a grupos políticos, la antipatía personal, los celos profesionales o la gestión de la imagen pública suelen desempeñar un papel central.
En contextos donde la visibilidad y la reputación son cruciales algunas líderes pueden, —pero no deben vivir el ascenso o reconocimiento de una subalterna como una amenaza.
El acoso se convierte entonces en un mecanismo de control, castigo o neutralización.
Estas dinámicas revelan que, más que una cuestión de género, se trata de una manifestación de poder que instrumentaliza el lenguaje de la igualdad para consolidar posiciones jerárquicas.
Grados académicos, trayectoria y responsabilidad ética:
Cuando la acosadora posee altos grados académicos, amplia experiencia y aspira a un cargo político de mayor responsabilidad, la gravedad de su conducta aumenta.
La formación avanzada se asocia con un mayor entendimiento de las implicaciones éticas, legales y humanas del ejercicio del poder.
Por ello, su comportamiento no puede explicarse por ignorancia, sino por una decisión consciente de instrumentalizar su posición.
La edad, lejos de ser un atenuante, suele interpretarse como un agravante, pues implica suficiente madurez para comprender el daño infligido y el impacto institucional de sus actos.
Impacto institucional y simbólico
El acoso ejercido por una figura feminizada con poder genera efectos profundos en las organizaciones.
Contribuye a normalizar la incongruencia entre la retórica de igualdad y las prácticas internas, produce ambientes laborales hostiles y desencadena procesos de silenciamiento y autocensura.
Además, envía un mensaje simbólico peligroso: que la igualdad es un recurso discursivo opcional y manipulable, en lugar de un principio ético fundamental.
Esto socava no solo la confianza en la líder, sino también en las instituciones o movimientos que dice representar.
La paradoja del liderazgo y la aspiración política
Una persona que aspira a ocupar cargos políticos mayores debe demostrar integridad, coherencia y capacidad para gestionar el conflicto con justicia.
Cuando una líder recurre al acoso para resolver rivalidades internas, muestra que su liderazgo se sostiene más en la imposición que en la legitimidad.
La mezcla de ambición política, inseguridad personal y abuso de poder suele ser un indicador de que la figura no está preparada para asumir responsabilidades más altas.
Esto es lo más delicado de ésta hipótesis, porque pone en cuestión su idoneidad y advierte sobre los riesgos que implica trasladar esa dinámica a escalas mayores de poder.
Resumen:
Una conducta así retrata a alguien que usa el discurso de igualdad como escudo, el poder como arma y la ambición como brújula.
Esa no es la marca de una líder íntegra, sino de alguien dispuesto a sacrificar a otros para sostener su perspectiva personal.
Si la ética y la sororidad se acompañaran del oficio político para ir juntas a la lucha en contra de las inercias y viejas costumbres del poder; el resultado indudable sería la emancipación con justicia y equidad.
El acoso de una mujer poderosa hacia una subordinada, especialmente en un contexto donde se promueve la igualdad de género, constituye una de las incoherencias más graves entre discurso y práctica.
Lejos de ser un episodio aislado, refleja tensiones más profundas sobre el uso del poder, la competencia profesional y las motivaciones políticas.
En última instancia, revela que la igualdad no puede sostenerse únicamente en el discurso:
Requiere de lideresas auténticas, capaces de encarnar los principios que defienden.
La inconsistencia ética no solo daña a la víctima, sino que debilita el tejido institucional y desacredita las causas que pretende representar.










