TEMPORADA DE FRUTAS

Y es así que empezamos a finales de mayo, cuando los ciruelos empiezan a pintarse de colores amarillos o rojos, según la variedad.
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Este paraíso ocurre en momentos muy puntuales del año, cuando el clima cálido seco, que aún puede disfrutarse a la sombra, y todavía permite la actividad física, migra a un calor sofocante y agobiante, que ataca igual de día y de noche, y obliga a pagar un alto impuesto de sudor por simplemente respirar. 

Tiene sabor a vacaciones de verano, a sol de playa, y olor a lluvia.

Todo empezó meses atrás, cuando las flores, durante la primavera, dejaban caer sus pétalos, después de que la magia de las abejas, avispas y mariposas las fecundara con el polen que daría paso a un montón de bolitas, su gran mayoría de color verde. Es cierto, todas empiezan a crecer al mismo tiempo con formas y tamaños similares, pero poco a poco, conforme la naturaleza hace lo suyo, cada uno de estos frutos irá tomando forma y sabores diferentes.

Y es así que empezamos a finales de mayo, cuando los ciruelos empiezan a pintarse de colores amarillos o rojos, según la variedad.

Un árbol que en cualquier otra temporada del año se ve feo, seco, de color gris y sin hojas, dando el aspecto de estar muerto, pero retoma vida y pasa a colorearse de tonalidades brillantes en un espectro de verdes intensos, decorado con las primeras frutas de esta temporada cálida.

Es un árbol al que uno puede subirse con facilidad, e ir cortando las ciruelas, y lanzarlas a alguien que esté abajo, echándolas a una cubeta.

Si han pasado varios días, basta con una sacudida de las ramas para que los frutos maduros caigan al suelo. Hizo fama un perro en el rancho, porque disfrutaba las ciruelas más que de las croquetas.

Era su primer verano disfrutando de aquel festín, pero fue triste cuando después de unas horas, el sistema digestivo hizo su trabajo, y aprendió que no debía pasarse las semillas.

Cuando parece ser que las ciruelas se terminan, las lichis hacen su aparición.

Este fruto afrodisíaco de origen chino que supo echar raíces en la costa del centro de Sinaloa, en las regiones entre Eldorado y Navolato. Su sabor es dulce, y a pesar de que tiene poca carne, su sabor exótico y su escasez hacen que cualquiera que lo haya probado, lo aprecie sobre todas las demás frutas.

Recuerdo momentos de muy niño, cuando mis tíos nos llevaban a los huertos, para cortar directamente del árbol aquellas bolitas rojas rasposas.

Regresábamos con el botín, y nos los comíamos en ropa interior, a la sombra de un jardín arbolado entre Costa Rica y Eldorado.

Nos aseguraban que el jugo de la lichi manchaba la ropa, y que no podía lavarse, y ni modo, era la condición para poder disfrutar de las frutas que habíamos cortado. 

Esto lo disfrutábamos muchas veces mientras empezaba a llover, con nubes oscuras en el horizonte, y un calor sofocante que confirmaba la próxima tormenta.

El olor a tierra mojada llegaba junto con este clima, y sabíamos que era el momento de irnos de los árboles, para buscar un refugio donde pudiéramos disfrutar del botín, sin mojarnos. 

Es en esta misma temporada, de las primeras aguas, cuando otro milagro de la naturaleza ocurre: las tunas, nacidas en pencas de nopales que sacan agua de las profundidades de la tierra, en los lugares más inhóspitos del mundo.

Cortarlas es toda una odisea, desde usar herramientas como pinzas para asar carne o ramas de otro árbol, intentando no lastimar el fruto y asegurándose de no acabar alhuatado.

Los pájaros están al orden del día, pues ansían disfrutar este fruto más que el ser humano, y tienen mejores herramientas para comerlo.

Esta fruta es tan delicada, que dura muy pocos días una vez que ha madurado, pero si logra cosecharse y pelarse, es garantía de un postre fresco y dulce.

Y es así como llego al cuarto fruto de la temporada: los mangos. Cuando se ha pintado con colores amarillos y anaranjados, el momento ha llegado.

Es el más difícil de cortar, muchas veces el árbol es alto y las ramas no son tan amigables como la de los ciruelos y las lichis. No queda de otra más que esperar el ruido seco del fruto cuando golpea en el suelo, para competir con los demás, en ver quién es el primero en tomarlo, y saborearlo.

Es impresionante ver las huertas de estos árboles, cubrir todo lo que la vista alcanza a tocar desde Escuinapa hasta Rosamorada.

Su aroma, lo inunda todo, y su hueso de menor proporción en comparación con la pulpa, permite que se disfrute más de la carne.

Es imposible terminar de comerlo sin acabar con las manos pegajosas, y las comisuras de los labios manchadas de su jugo amarillo, pero es parte del ritual para disfrutarlo.

Pareciera que lo importante de esta temporada solo es saborear los frutos, pero no, lo mágico de este paraíso es compartirlo con los demás. Invitar gente a cortar, y a disfrutar es lo mejor. Que te acompañen al huerto para recolectar las frutas, en medio del calor, y terminar disfrutándolas abajo del árbol, o que pasen a tu casa, por jabas o bolsas repletas de mangos, lichis o ciruelas.

Cuando una amistad te dice que su abuela “siente” el olor del mango con solo ver las imágenes que les compartiste, y pasa a tu casa a las once de la noche para llevarle a ella y a su madre.

O los momentos cuando una tía, que valientemente combate un momento complicado, vuelve a sentirse una niña cortando mangos.

Inclusive en reuniones de negocios, cuando consigues lichis para gente de todo México, y se quedan sorprendidos por el sabor de las frutas.

Las muchas veces que llegan amistades o profesores de secundaria y preparatoria por sus bolsas de fruta, y en medio de la plática uno recuerda épocas pasadas: esa es la belleza de esta temporada.

Porque a todos les trae recuerdo de la infancia, del lugar del que son originario y de vacaciones especiales. El agradecimiento, las memorias y la alegría que creas al convidar de este regalo de la naturaleza, no tiene comparación.

Pero cuando se acaba la temporada, no se termina de disfrutar el sabor de las frutas.

Porque las recetas de las madres, inventadas para prolongar la vida del producto de los árboles, ayudan a transformarlos en otros platillos, que pueden durar muchos meses más.

Recuerdo aquel par de veranos donde mi madre hirvió todas las ciruelas en agua con sal, y las dejó secar al sol, para después convertirlas en helados y raspados.

O las tardes pelando los mangos que como niño uno considera podridos, pero que pueden limpiarse, seleccionando la pulpa limpia, para después congelarla y disfrutarla en mangoneadas, con chile en polvo y limón, o si prefieres el gusto dulce, se mezcla con lechera y hielos para dar un helado de sabor único.

En ese sentido, las lichis no requieren de ninguna preparación, pueden pasar meses congeladas sin perder su sabor, solo es necesario dejarlas en agua al tiempo unos minutos, para recordar su sabor de verano.

Parte de la broma, y las quejas de los niños, es que de mayo a agosto, pueden olvidarse de cualquier refresco o té, y tienen qué acostumbrarse, porque no hay de otra, a alternar el agua de estas frutas.

Hasta que uno crece, y está lejos de casa, es que empieza a apreciar el sabor de estas bebidas, que te recuerdan a momentos únicos de la infancia.

Por parte de la gente citadina, ajena a este paraíso, disfruto mucho cuando al invitarlos al rancho, y ven los frutos todavía verdes, preguntan si falta mucho para que maduren, no tiene precio la cara de ilusión que se dibuja en ellos cuando les dices <<con 30 segundos en el micro y se alcanza a madurar>>, comentario que borra su felicidad cuando tras unos momentos, los demás revientan en carcajadas.

Este paraíso es especial, porque te transporta a una temporada particular del año, porque se siente cálido, y se huele frutal, cerrar los ojos y probar cualquiera de estas frutas te transporta al momento exacto en que las probaste por primera vez, y a los largos veranos escolares, donde se combinaban los juegos de niño, con subirse a un árbol para alimentarse de este regalo de la naturaleza.

Eran estos los dulces que Dios nos regalaba, y nos sigue regalando a través de los árboles, y que desgraciadamente, muchos desperdician.

Por eso es importante compartirlo con otros, ahí, es donde se encuentra, la verdadera riqueza de quien goza del paraíso de la temporada de frutas.

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© José María Rincón Burboa

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