Por: Adrián Espinosa de los Monteros
En la película “El Ciudadano Ilustre” de Gastón Duprat y Mariano Cohen, el protagonista, el escritor Daniel Mantovani, se ve envuelto en un huracán de polémica tras describir de forma políticamente incorrecta a los habitantes de su pueblo natal Salas, provincia de Buenos Aires. En sus relatos, el ganador del Premio Nobel los describe como seres rupestres, limitados, que conocen poco o nada del mundo exterior.
A su regreso a Salas, el novelista radicado en Barcelona es recibido de manera normal, apacible. Sin embargo, con el correr de los días su estancia en el pueblo se va tornando hostil a tal grado de ser increpado en los eventos para los que fue contratado por la prefectura local. En algún momento, un dependiente le llama “bufón de los europeos”, “despatriado”, “paria”, entre otros calificativos despectivos, a lo que el escritor responde sarcásticamente: “gracias, custodio de las buenas costumbres”
Imagine usted la tropicalización de un asunto así, pero en Sinaloa: Elmer Mendoza o Ronaldo González criticando los usos y costumbres de la sociedad sinaloense desde un país europeo. ¿Cómo reaccionaria la intelectualidad sinaloense? De una forma no muy amena. Aunque, difícilmente pasaría. Algo en lo que Mantovani tiene razón es en lo siguiente: la creación artística no tiene que ser políticamente correcta ni debe de satisfacer los estándares de algún grupo minoritario. Si así lo hace, no es literatura, es demagogia.
Otra vez cito a Mantovani: ¿Son criticables los autores de novelas policiales, es criticable y cancelable Stanley Kubrick por cubrir temas escabrosos, deberíamos cancelar a Tarantino por hacer películas demasiado sangrientas, ya no deberían pasar las películas de Ari Aster en el cine porque incomodan demasiado al espectador?
Regresando al tema de la sociedad sinaloense, hay una verdad indiscutible: el grueso de la población es altamente materialista y excesivamente hedonista. Severamente influenciada por la cultura del acaparamiento, de llenar y no vaciar, de consumir y no economizar. Es impresionante el boom de la cirugía estética en su capital, Culiacán. A donde voltees, a la hora que voltees. Además de la obvia influencia de la narco-estética, me pregunto yo: ¿qué tanto estará relacionada esta tendencia con una auto-insatisfacción interna?
La cultura del “más” incluso se puede ver en la oferta culinaria: sushis con cualquier cantidad de ingredientes encima, incluso sushis con oro comestible. La sociedad culiacanense es una indiferente, antipática, fría. No existe el concepto de cooperación dentro de ella, estamos a años luz de tener dinámicas colaborativas a nivel público y privado, como se hace en otras entidades. Y si se hace, se hace mal o de forma turbia.
No nos vayamos muy lejos, la gran mayoría de los empresarios sinaloenses no solo carecen de cultura (consciente o inconscientemente, lo que sería peor) sino que tampoco conocen las nuevas tendencias de la economía. Estoy seguro que muchos de ellos no conocen conceptos como neoliberalismo, socialdemocracia, la tercera vía, intervencionismo estatal, lo que fue el New Deal o lo que significó el Desarrollo Estabilizador para México.
Esto tampoco significa que nuestros representantes del servicio público sean eminencias en lo que hacen. No están ni cerca de serlo. No jugaré la carta de no haber salido del estado, porque a veces esa afirmación raya con el clasismo, aunque, es importante decir, que salir del estado y descubrir otros lugares o mundos sí te abre el panorama. Otra vez, no todos tienen la oportunidad de hacerlo. Si la tienen y deciden no hacerlo, eso ya sería diferente.
Volviendo, a la SS le encanta despilfarrar. La inevitable buchonización de la SS y valga decirlo, también de ciertos aspectos del espacio público, ha tenido como consecuencia una marcadísima alza en los precios de todo, incluyendo la vivienda. Por la ciudad se ven espectaculares de una marca estilo buchón llamada Big Boss, que irradian un terrible sentido del kitsch. La narco-estetica incluso se ve en la construcción y diseño de ciertas viviendas dentro de algunos barrios acomodados de la ciudad: casas convertidas en mansiones con colores excéntricos, acabados poco comunes, balcones de grandes magnitudes.
Ciertamente en los últimos años han surgidos colectivos u ONG’S que podrían desmentir lo que se acaba de decir aquí. Sí, no se ha dicho que en Culiacán no haya personas políticamente inquietas o activas. Ese despertar colectivo se ha dado a cuenta gotas en los últimos tiempos o por lo menos no a la velocidad de las grandes urbes, es normal y lógico. Estaba, por ejemplo, el colectivo Culiacán Valiente, que estuvo activo después del Jueves Negro del 2019, organizando la subsecuente marcha. Sin embargo, según fuentes allegadas al escritor, el proyecto está parado ahora mismo.
La Casa del Maquío es otra buena iniciativa para empezar a nombrar y discutir problemáticas locales. Cada semana en dicho recinto se llevan a cabo diferentes actividades como proyección de documentales y películas, talleres creativos, conferencias con enfoque social. Insisto, para una ciudad de casi un millón de habitantes son muy pocos los espacios de discusión que existen para dialogar por una mejor ciudad. Ojalá las diferentes instancias locales del sector público y la asistencia privada empiecen a entender mejor el lugar en el que viven y sus principales problemáticas, sino que el pueblo se los reclame.